Las cartas de Kafka a Felice Bauer

Como todo el mundo sabe, la natación es el deporte más aconsejable para templar los nervios. Desde la carta 1 de las que Franz Kafka envío a Felice Bauer, en eso que Canetti exploró a conciencia bajo el título significativo de El otro proceso, podemos rastrear uno de los rostros o caretas que tenía el escritor de Praga: su profundamente asumida formalidad. Y es que Kafka mantenía la tentación, como casi todos nosotros, de ser un nombre sin un yo. Kafka vio en Frau Bauer la posibilidad al alcance de la mano de institucionalizar ese vacío, cortejándola, casándose con ella en un movimiento cuasi suicida que (después de una generación de románticos que como Kleist lo mejor que supieron hacer fue descerrajarse un tiro) en todo caso era ajeno a sus más profundas necesidades. Quién quiera conocer cuales eran éstas, de qué matices estaban conformadas, tiene que leer en cambio la otra correspondencia, la entregada a la gran Milena Jesenská, a mi modo de ver el gran amor de la vida del autor de La condena. Kafka conoce a Felice en casa de los Brod. Está Máx presente. Hay unas fotos sobre la mesa alrededor de la cual están sentados. Son de un viaje reciente realizado por los dos amigos. Thalía. Weimar. Thalía. Felice sonríe. Asoman ya sus dientes de acero. En un gesto espasmódico que nunca dejará de explorar el escritor le lanza la mano sin siquiera levantarse para saludarla. Por encima de la mesa. Por encima de las fotos. Ahí comienza todo. Y nada. La exploración de los cuerpos sin almas. Y de las mentes sin alma. De los caparazones vacíos que aherrojan a cada quien. Pasarán seis meses del año 12 (se habían conocido en verano). Y cinco años completos, hasta el mes de diciembre del 17, cuando Kafka enfermo de tuberculosis elige definitivamente como compañera, frente a una vida de muerte, a la misma muerte que anida en cada trazo de su escritura.  La edición (con la traducción antigua de Sorozabal Serrano) es muy correcta. Bien anotada. Limpia. Con unos índices y apéndices bien hechos. Animo al lector a no pasar por alto el último, el informe que Kafka redactó en el otoño de 1916 solicitando ayuda para la creación de un psiquiátrico militar. Comienza con esta frase. “La Guerra Mundial, que acumula en su seno todas las miserias humanas, es también una guerra de nervios, más que ninguna de las que la han precedido.” Ése es el gran Kafka. El lo había visto todo el día 1 de la guerra. Y por eso esa misma tarde decidió irse a nadar.

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