Platón en Las Leyes vincula la democracia con el teatro, hasta el punto de que consideraba que la república ateniense era una teatrocracia. Como sabemos, esto (el teatro) ni aquella (la democracia) le parecían en modo alguno ni filosóficas ni morales. No obstante, desde el punto de vista de la etimología, curiosamente, la voz “teoría” viene del término griego antiguo theoros con el que se designaba al espectador del teatro. La conexión parece evidente: el teatro, con su imitación de acciones, permite al que lo ve separarse por un momento de lo vital, atender a la representación de lo que tiene delante y en función de eso especular, teorizar, categorizar, todo ello cosas que sí tendrían que ver con la filosofía por mucho que a Platón la literatura le pareciera un camino errático que alejaba a los hombres de la verdad metafísica (las ideas) y la verdad moral (el equilibrio que el exceso de lamentación trágico y de la risa cómica destruían). He pasado las últimas 36 horas (con el feliz descanso del sueño que en mi caso se ha tornado, al despertar, en pesadilla) viendo como espectador lo que ocurría en el anfiteatro del Congreso de los Diputados. Y no dejo de pensar que, tras la representación que ha llevado a(l) PS al poder, hay un número insoportable de secretos y pulsiones no muy democráticos. No me refiero sólo al insondable designio proferido desde la caverna aldeana por ese órgano anónimo y sectario que es la dirección del PNV (el EBB) sino que estoy convencido de que en todo este teatro a los ciudadanos nos faltan los datos esenciales. La tragedia ática era un modo de conocer, en un plano teórico, la realidad vinculando los efectos con sus causas. Nuestro rancio teatro nacional (no había más que ver el rostro sin expresión alguna del flamante candidato; flamante porque se va a achicharrar en cuanto quienes le han llevado hasta allí lo despeñen de forma inmisericorde) es un teatrito de marionetas en el que alguien (seguramente el poder del dinero) mueve los hilos a su antojo. Siniestro. Parafraseando a Marcelo en Hamlet, creo que algo huele a podrido en el estado de España.