En el Galileo de Bertold Brecht leemos una frase sobre el heroísmo que resulta de una actualidad radical: “Si oigo que un barco necesita, como marineros, héroes, entonces yo digo: la madera de este barco está podrida o demasiado vieja”. El nihilismo de Brecht se puede invertir con facilidad: sólo los héroes pueden ayudar a superar una situación humana de corrupción, sea ésta del tipo que sea. Recordaba esta frase al escuchar el discurso con el que Manuel Valls presentaba su candidatura a la Alcaldía de la Ciudad Condal: “Barcelona –ha manifestado – puede ser el inicio de una solución de la tensión ciudadana, contando con todos, piensen lo que piensen. Barcelona tiene que ser un punto de encuentro”. Valls ha dejado claro que su postura frente al independentismo no es neutral. En todo momento ha proclamado su aborrecimiento del populismo y, no menos decisivo, su convicción de que “el nacionalismo trae la guerra”. Cataluña necesita héroes por la sencilla razón de que está sumida en un grave proceso de la peor de las corrupciones, la que afecta a la cabeza. Esa es la naturaleza del “Proceso”, una espiral siniestra de tintes netamente kafkianos. He conocido a muchos catalanes de los que jamás pensé que habrían estado dispuestos a aceptar sin pestañear los planteamientos de un político como Quim Torra. Luego ha sobrevenido la asociación con los populistas violentos. No me alarmé tanto cuando conocí el tenor de los insultos que el ahora Presidente de la Generalidad nos dirigía los españoles y de los que se niega a desdecirse. Cuando de verdad me aterroricé fue cuando he constatado que mis amigos, algunos prestigiosos intelectuales en sus respectivos campos y personas de bien, no reaccionaron en contra, rechazándolos con la vehemencia que la situación requería (personalmente jamás he aceptado que en mi entorno nadie, ni por asomo, les insulte a ellos). Eso me hizo entender cosas que habíamos leído y comentado juntos acerca del proceso de odio que destrozó Europa a comienzos de los años treinta.
“Todo heroísmo descansa en la convicción de que a mí no me puede pasar nada malo”. La frase es de Sigmund Freud y la recordé, en este caso, en otro momento reciente. Torra acude invitado al Palacio de la Jefatura del Gobierno de España y, según cuentan las crónicas del encuentro, le dice al Presidente Sánchez lo siguiente: “ Tengo 55 años, hijos mayores y nada que perder”. Naturalmente que Torra se cree un héroe y quiere legar a esos hijos mayores su ejemplo. ¿El ejemplo de quien no tiene nada que perder? Eso parece una imprecisión por su parte, ya que, para quien no tiene nada que perder, inmolarse carece de mérito. Lo que tal vez quiso decir es que, por mucho que perdiera, nada sería comparable con la gloria de haberse “sacrificado” por la independencia de Cataluña. “No me puede pasar nada malo” ante el bien supremo: el patriotismo sacralizado.
¿Se trata en el caso de Manuel Valls y de Quim Torra del mismo heroísmo? ¿Tienen ambos el mismo valor? Hay una frase de Ambrosio de Milán que puede ayudar a poner las cosas en su sitio. Dijo el maestro de Agustín de Hipona que “la fortaleza no se fía de sí misma”. Estábamos en un periodo de decadencia en el mundo romano. Como en tantos otros momentos históricos la percepción de la realidad se tornaba cada vez más incierta. Eso exigía afinar mucho en el análisis de lo que había que hacer. La ética griega clásica ponía el acento en la invariabilidad de la decisiones: lo esencial era mantenerlas, cualquier cambio implicaba una rectificación que se entendía como una debilidad o implicaba el reconocimiento de una falla previa. “El carácter del hombre es su destino”, había escrito Heráclito y había sido recogido en el célebre Fragmento 118. Ambrosio, intelectual cristiano educado en el clasicismo, matiza sabiamente la tendencia aristocratizante de la ética griega al exigir que, para acertar en una acción, uno no ha fiarse de si, al menos en demasía: mejor es consultar, pedir consejo y sobre todo reflexionar sobre el contenido de la acción.
¿Qué es lo que distingue lo que Torra y Valls quieren hacer políticamente en Cataluña? Eso es lo decisivo para valorar el tipo de heroísmo que sus actos reflejan. Voy a intentar sobrevolar la situación inmediata y acudir de nuevo a la literatura (mi auténtica casa) para tratar de entender las dos posturas enfrentadas. En concreto al relato de la construcción de la Torre de Babel que aparece en Génesis 11. Conocemos la historia: los hombres tienen una sola lengua y esa unidad les hace poderosos. Dios no lo aprueba y les confunde dotándoles de una multiplicidad de lenguas y dispersándoles por toda la tierra. El catalanismo se equivocó gravemente al querer unificar lingüísticamente Cataluña. Así no habrá guetos, se afirmó. Pero ha habido algo peor: totalitarismo lingüístico que quiere derivar, como siempre ha ocurrido, en totalitarismo político. ¿Qué problema había en que se hubieran mantenido las dos lenguas en pleno respeto (hasta hace poco lo hubo) y plena igualdad jurídica (nunca la hubo)? Torra quiere a toda costa instalar definitivamente, con una nueva Constitución, esa unidad reductiva que cree que les hace fuertes pero que oprime, segrega y acabará por expulsar al diferente. Valls en cambio quiere integrar democráticamente. Lo recordó ayer. Él viene de Francia, afortunadamente, y no está dispuesto a que ni el pasado ni el presente catalán desemboquen en una sociedad tendencialmente totalitaria.