A estas alturas queda claro que la poetisa canadiense Anne Carson es una rara avis en el panorama poético mundial y, al mismo tiempo, alguien que tiene la habilidad de convertir cuanto toca literariamente en oro. Y ella no se muere de hambre, como el rey frigio en la mitología griega, debido a su condición de profesora de Lenguas clásicas en las mejores universidades de Norteamérica. Que no es una escritora del común lo demuestra tanto la original complejidad formal de cada uno de sus textos como la tenacidad con la que ha sostenido, ya durante décadas, una obra sutilísima y llena de vida. Si alguien quiere confirmar esa capacidad de embellecerlo todo le recomiendo que lea los 59 puntos con los que disecciona A la búsqueda del tiempo perdido de Marcel Proust (en The Albertine Workout), acaso una de las cumbres de la crítica literaria contemporánea.
Gracias a Vaso Roto, que ya publicó otra de las obras centrales de Carson, Decreación, podemos ahora disfrutar con dos nuevos textos de una autora completamente extraordinaria.
Primero, un diario de viaje a Santiago de Compostela que Carson realizó durante un verano de los años 90 del siglo pasado, y que se titula Tipos de agua. El Camino de Santiago. En ese diario, jalonado con los principales hitos del camino, una voz trenza el relato del viaje con precisas descripciones del paisaje: el del presente y el del pasado humanos, comenzando por el suyo propio, reflejados en él. Viaja junto a un personaje-doble al que llama “Mi Cid”, y con quien aparentemente dialoga. “Las teorías me eluden al menos que las escriba en ese momento”, dice la narradora. Y en efecto, sus visiones tienen mucho más que ver con flechas lanzadas a la diana de la realidad que con un discurso tediosamente entrelazado. Lo irremplazable en Carson es la mirada, exterior e íntima, al mismo tiempo espontánea y sabia.
El segundo de los libros publicados por Vaso Roto este otoño se titula Nox. Noche. Una elegía a la muerte de su único hermano, Michael, que falleció en el año 2000 en Copenhague. Carson construye su ofrenda dialogando con el Carmina 101 de Catulo, la simpar elegía que comienza con los versos “Después de haber atravesado muchas naciones y muchos mares, he venido, hermano, hasta tus infortunados restos…” En una disposición en espejo, en las páginas pares corta y pega (literalmente) las entradas de un fabuloso lexicón, comenzando por el adjetivo “Multas” (Muchas) con que comienza el original latino. Así el lector se ve obligado a detenerse en cada palabras –hermano, muerte, ceniza, ser, indigno, postrero, afecto, triste, llanto, siempre… –. ¿Cabe algo más en el terreno poético que está meditación, a la luz de la muerte, sobre el alcance, el significado y el sentido de cada una de las palabras de un texto memorable? En las páginas pares, mediante una edición deslumbrante, que convierte el volumen en un objeto artístico, podemos ver, leer, tocar los pocos restos de una vida que, para la autora, siendo amada, fue más bien esquiva. Las entradas del diccionario y las entradas a la vida de Michael a las que la autora tuvo acceso están ligadas por el papel inconsútil y metido en la nocturna oscuridad de una caja-urna color ceniza.