Yo, como Ícaro

De esa película que vi de pequeño, recuerdo el título y que el protagonista era Yves Montand. Iba sobre un magnicidio; no sé si me lo he imaginado o no pero reconstruía la trama para asesinar a JFK. Da lo mismo. La cosa es que, como apenas entendí nada, las imágenes que me quedaron se han vuelto enigmáticas: el centro de una ciudad norteamericana de esas llenas de edificios vacíos pero tibiamente iluminados en plena noche, y unos tipos con traje en unos despachos siniestros susurrando y conspirando para matar a alguien que por lo visto “se había acercado demasiado a la verdad”. No sé porqué he recordado hasta hoy el título, con el acento en la inicial del nombre y la coma tras del pronombre personal. Y recuerdo también la música de la banda sonora. Mejor dicho: recuerdo que la recuerdo porque, aunque la mente no me la pone a mi disposición en este instante, sería capaz de reconocerla si la escuchara de nuevo. Tiempo habrá, quizás, de profundizar en esa figura mitológica. Lo que de verdad me importa es que estoy enredado en cosas que tienen que ver con esa búsqueda de la verdad o de la realidad a través de las palabras, y que, como el Ícaro del cuadro de Peter Brueghel, tengo la sensación de estar ahogándome tras una caída y un golpetazo contra la superficie del agua. Mientras, el mundo sigue su curso indiferente. Algunas lecturas me han llamado poderosamente la atención y necesito desenrollar esos hilos y salir a flote vivo. Para eso lo primero es encontrar un yo que suene auténtico. Estoy convencido de que la literatura tiene más que ver con eso que con ninguna otra cosa.

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