Ayer, mientras recorría los escasos trescientos metros entre la biblioteca en la que trabajo y la casa que habito, descendía por una pequeña cuesta contemplando el bosque. Un aura fuerte movía las copas de los pinos, y removía la pinaza, las ramitas de boj, las hojas muertas de los olivos y los granos de lavanda. Los pájaros permanecen aún callados. Había humedad en el aire a pesar de que la lluvia no llegaba a asomarse, se ha echo esperar hasta la mañana. Los colores se intensificaban a esa hora de la tarde. Los verdes, los jaspes y los platas. Recordaba ese verso deslumbrante de René Char: Pour qu´un forêt soit superbe/Il lui faut l´âge et l´infini. El bosque mediterráneo (tan distinto de los hayedos por los que llevo décadas paseando) es el bosque de mi adolescencia. Justamente al bajar por la cuesta, gracias al olor, a los colores, a la brisa, al agua, sentí una de esas impresiones fuertes, que surgen del pasado pero se proyectan directas al porvenir. Recordé el aire de nostalgia que nuestro lugar de veraneo familiar en la Costa Brava adquiría cuando, por alguna razón puntual, lo visitábamos en los meses del invierno. Había algo dulce en aquella soledad. Algo que me fue dado revivir ayer en un breve instante mágico.
Sé perfectamente de lo que hablas. Cuando experimento esa sensación, el nudo que se me forma en el estómago es similar al que me provocaba (y aún lo hace) avistar el mar por primera vez cada verano y precipitarme a la orilla para acariciar las olas, para después, pasado el escalofrío inicial, zambullirme en el agua.
Precioso fragmento de sensaciones, Alvaro. Me recordado directamente a Proust dándole para atrás al tiempo. Es increíble y mágico pensar que sólo esas vivencias, esas, sensaciones de segundos lo consiguen.
Duran unos segundos en su intensidad pero nos acompañan siempre como una cohorte angelical, como una señal, como algo que buscamos de modo constante los locos como tú o como yo
grandísimo abrazo querido amigo
Et ton billet éveille d’autres réminiscences…
merçi Delphine!
“La simplicité est la complexité résolue” decía Brancusi. La simplicidad de una piedra es todo lo que buscábamos esa tarde otoñal, que nos permitía pasar horas y horas partiendo piñones bajo la sombra de esas, entonces inalcanzables, copas de esbeltos pinos, que quedaron grabados para siempre en nuestra memoria. Qué nostalgia…
Entonces una simple piedra tenía un VALOR; nos hacía sentir los niños más felices del mundo. Ahora esa misma piedra la estamos ignorando, estamos desgarrando de ella el sentido que le permite estar ahí postrada, esperando a ser útil a alguién…
gracias por el comentario querida Tate, ojalá escribas muchos más como ése, enriquecerán muchísimo esta especie falso diario público, gracias de corazón