En unas declaraciones atribuidas al Cardenal Arzobispo de Cracovia, que ignoro si en efecto realizó, el antiguo secretario del Papa Juan Pablo II dijo que éste se mantuvo en la Cátedra de San Pedro porque “decidió no bajarse de la Cruz”. Algo de esto debió de haber dicho porque el propio Papa Benedicto en su homilía última afirmó explícitamente esto otro: “no abandono la Cruz, sino que me quedo de un modo nuevo ante el Señor crucificado”. Parece un simple matiz, estar en la Cruz o quedarse ante la persona del crucificado, y sin embargo entre ambas expresiones hay un abismo que distingue muy en el fondo a dos tipos de creyentes en Cristo.
Ha habido más críticas por parte de algunos católicos. Normal. Yo creo que no las han planteado con suficiente valentía y ni siquiera han llegado a sondear qué es lo que les preocupaba de verdad. El miedo a una bicefalia en la Iglesia, a un cisma eventual, ahora o más adelante, es un temor fundado. ¿Habremos de acostumbrarnos a que haya uno, dos o más Papas vivos? ¿Cuándo Cristo instituyó el Papado pensaba realmente en un único Pedro? Que se trata de un argumento de peso, de “gravedad” ha hablado el Papa, no suficientemente bien resuelto hasta al fecha por la teología, se ha hecho evidente en la citada última homilía. Benedicto ha tratado de establecer que el hecho de ser Papa imprime un cierto carácter. “Siempre quien asume el misterio petrino no tiene más privacidad alguna. Pertenece siempre y totalmente a todos y todos pertenecen a él”. Esa y no otra es la razón por la que se quedará “enclaustrado” y oculto para mundo pero en el propio recinto físico de San Pedro.
Como hubiera dicho el viejo Newman, el Papa Benedicto se ha zambullido en aguas turbulentas, que son por cierto aquellas en las que merece la pena nadar. El ya Papa emérito ha escrito que a veces “amar a la Iglesia significa también tener el coraje de tomar decisiones difíciles, sufrientes…”. Al final de su último libro, el libro por cierto de un hombre completamente agotado, comentaba Ratzinger la frase de San Lucas en la que se dice que Jesús crecía “en sabiduría, estatura y en gracia ante Dios y los hombres” (Lc, 2,51 y s.). ¿Cómo puede crecer en sabiduría quien encarna la Sabiduría? Habría que entender, para ser capaces de ofrecer una respuesta, la unión de la dimensión humana y divina de Jesucristo. Y Benedicto escribe: ” El profundo entramado entre una y otra dimensión, en última instancia, no lo podemos definir. Permanece en el misterio y, sin embargo, aparece de manera muy concreta en la narración sobre el niño de doce años.” Salvando las distancias, el modo en el que el Papado y la persona del Papa se entrelazan para cumplir la misión de ser nada menos que Cristo en la tierra es otro misterio. Y ante el misterio sólo cabe arrodillarse y rezar.