Transito caminos secundarios, por no decir de última fila, pero no tengo ojos ni oídos hoy para nada que no sea la muerte de Maximiliam Schell (este blog se parece cada vez más a un cementerio civil). Desde que lo descubrí hace treina años como héroe de la resistencia al nazismo en un papel secundario también en la maravillosa Julia de Elia Kazan, pasando unos documentos que Lillian Hellman le entregaba en un tren nocturno berlinés en pleno fuego artificial hitleriano, con sus hondas arrugas faciales de hombre guapo hasta decir basta, con su serenidad y su entrega frente a la barbarie de entonces, el horror que nos sigue circundando hoy día, y que no permite que pensemos, amenos y sintamos nada que no esté “previsto”, el mismo hombre de una pieza, hermano de la mantequillosa y parisina María, al que encontré una tarde saliendo del Hotel Sacher en pleno centro de Viena y que posó paciente para que le pudiera fotografiar y mandar la instantánea a mi querida hermana Lourdes, que a ella no es que le pareciese guapo no, es que estaba convencida de que era “todo lo guapo que puede ser un hombre, y quien dice guapo dice bueno dice civilizado educado amable sensible fuerte y atento”. Maximiliam. Max. Descanse en paz.