LUXEMBURGO (PARÍS)

Aquellas largas horas del mes de mayo, pasadas en el Luxemburgo, el jardín alado, sentados en las sillas de hierro, sin necesitar nada más, en las que por primera vez entendimos que el pasado, el presente y el futuro no significaban nada distinto del estar allí, sentados, cada tarde, en las sillas, mirando curiosos las cosas que nos rodean, como si jamás fuéramos a dejarnos, como si hubiéramos llegado a la meta de la plenitud, a la “finalidad sin fin” de la que nos acaban de hablar en el viejo anfiteatro de enfrente, apenas unas manchas de pintura, “les nabis”, retornando a la remota infancia, languideciendo sin esperar nada y creyendo como profetas que lo poseíamos todo…

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