Acudo a una librería de segunda mano de la que recibo de tanto en tanto los sucesivos catálogos con las novedades que ofrece. El anticuario compró hace unos meses la biblioteca de un conocido mío que murió el año pasado. Ha ido sacando los ejemplares que habían sido atesorados durante una vida de lecturas. Hay ejemplares muy valiosos, bien seleccionados y cuidados, que para cualquier lector de los que venimos detrás resultan más que apetecibles. En concreto he comprado la primera edición de las obras completas de Juan Rulfo publicada por el Fondo de Cultura Económica. En pasta de papel marrón oscuro, con las guardas en color crema, las letras en sangre y la pulcritud de página con la que editaba antes el Fondo. A muy buen precio. En la página en la que figuran los datos de la edición está la firma del anterior dueño. Sobria, elegante, con la fecha escrita a pluma con tinta negra. 27.4.88.- Me preguntaba si a mi amigo le sentaría bien que yo me hiciese con el libro que un día él poseyó. “Cuando una persona pierde su voz o su mano, existe como antes pero ya no puede hablar o escribir, o seguir en contacto normal con nosotros. Cuando pierde no sólo su voz y su mano sino su entera figura corporal, es decir cuando muere, nada indica que haya dejado de existir, aunque nosotros perdamos la posibilidad de percibirla” (Newman, El mundo invisible). Pocos han tenido tan presentes a los muertos como Rulfo. Su literatura surge directamente del intento de dar consistencia a las voces de los muertos. ¿Qué le dirían al niño de la foto los muertos cuyos cadáveres yacen apilados al borde de un camino de Alemania en 1945? Parece girar la cabeza y no querer oírlos pero sin duda están ahí.
Hay una línea de Verlaine que no volveré a recordar.
Hay una calle próxima que está vedada a mis pasos,
hay un espejo que me ha visto por última vez,
hay una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo.
Entre los libros de mi biblioteca (estoy viéndolos)
hay alguno que ya nunca abriré.
Este verano cumpliré cincuenta años;
La muerte me desgasta, incesante.
Jorge Luis Borges, “Límites”. Aún le faltaban treinta y bastantes años para viajar hasta la muerte con la coartada de cáncer hepático y enfisema pulmonar.
Lo que tú, Álvaro, has hecho con el ejemplar de ese buen conocido tuyo ha sido desfibrilar el corazón de ese libro salvado con una fecha. Quienes marcan el día en una página se identifican, me parece a mí, como lectores afectuosos, palpitantes. Sienten afecto por lo que leen y por la materialidad de lo que tienen delante. El aroma espeso de la tinta, la rugosidad de los márgenes del papel entre las puntas de los dedos. Aunque no es lo decisivo de lo que uno lee. Al menos para mí.
Tu entrada deja otra turbulencia por dentro, otra nueva herida más: la foto que abre tu texto mueve a la oración. Además de en el niño, pienso en quien encuadró esa mañana de luz la foto. La sombra que se reduce bajo ese pequeño y el aire frío que indican el jersey de esa criatura que camina resuelta y su pelo endurecido por la última primavera en guerra llaman la atención. Las vidas tumbadas en la cuneta (cuántas mujeres parece haber muertas en fila) en esa curva que viene hasta nosotros y el fotógrafo siguen mostrando la perduración del dolor. Y al fondo vienen otros dos más paseando, me parece entrever. Tal vez tengan otra foto.
¡Dios mío! Viendo esa memoria de la guerra se siente por ahí adentro un tumulto sordo parecido al que les remueve a tus personajes, Álvaro, cuando visitan en la novela la Polonia que se encasquilló en el tiempo. Le pido a Dios confianza en las criaturas. Y fuerza para que sigamos viendo todos los días árboles como los de ese bosque alemán. Y personas en pie, por encima de todo.
Un abrazo.
Querido amigo, he recordado aquella frase “renovar el mundo es el instinto más profundo en el deseo que experimenta el coleccionista de adquirir objetos nuevos”
Un abrazo fuerte.
Cada vez que leo su blog tengo el impulso de dejar un comentario, pero no me atrevo porque pienso que lo que yo pueda decir nunca estará a la altura de lo que usted cuenta. Es aterradora la imagen, y paradójicamente,muy bello el texto, entrañable. Cuando un amante de la literatura adquiere un libro es como un pulmón que le insufla aire. A veces yo me pregunto ¿a dónde irán mis libros?.Si tuviese la certeza de que la persona que los recupere los ame igual que yo, quedaría muy satisfecha. Creo que su amigo lo entendería así. Amor por amor
Magnífico blog
Isabel
Isabel, aquí no hay alturas que valgan. Todos estamos a ras de suelo y algunos, tú seguro, con la cabeza bien alta mirando al horizonte. Gracias por tus palabras de ánimo y no dejes de comentar lo que te parezca. Me ayuda y me anima un montón. Álvaro