Claudio Magris ha escrito este artículo sobre la renuncia del Papa.
Es más fácil tomar que dejar, decir sí que decir que no. Casi todo nos empuja casi siempre a decir que sí ante lo que se nos ofrece y en las condiciones en las que lo encontramos: el miedo a ofender a alguien o de hacerle sentir mal, el miedo a quedar fuera de juego, el espanto ante cambios de nuestra vida, antiguos y arraigados imperativos morales, a menudo sagrados, que imponen el deber de actuar, de luchar, de permanecer en su puesto como los capitanes de Conrad al mando de una nave en una tempestad. Es por tanto comprensible que el gran e inamovible no pronunciado por Benedicto XVI haya desconcertado a muchas personas, fieles o no, sorprendidas por la renuncia al más alto puesto y de mayor responsabilidad en el mundo. Es comprensible que haya quienes admiren y quienes deploren la firme decisión del Papa, aunque estos sentimientos legítimos no autorizan a nadie a arrogarse en juez de esta resolución dramática, dolorosa, de firmeza extraordinaria, de un Papa, a veces problemático, a veces vacilante, que nunca antes había demostrado tal intensidad.
Es más fácil, en general, decir que sí, de manera explícita o implícita, pero es con el no como se afirma la libertad y la dignidad de un individuo: rechazar y por tanto cambiar lo que parece inmutable, revertir una situación consolidada que parece indiscutible. El gesto de Joseph Ratzinger es un acto revolucionario que rompe las reglas, las costumbres y las expectativas de la prudentísima Curia Romana, una cautela que se han convertido en su ADN. Darse cuenta, abiertamente, de la propia debilidad e inadecuación es una de las mayores pruebas de libertad y de inteligencia. Lukács, el filósofo marxista, tal vez nunca ha sido tan grande como cuando, con más de 80 años, se declaró incompetente para juzgar la obra que estaba escribiendo y se la confió a sus discípulos. El viejo esquimal que, sintiéndose inútil, deja el iglú y desaparece en la noche ártica demuestra una lucidez y una fuerza superior a la de sus compañeros. Justo por esto, algunos argumentan que Benedicto XVI habría podido -según algunos, habría debido- permanecer en su puesto, por el bien de todos. ¿Pero se puede reemplazar a los que viven el drama sobre el que disertamos tranquilamente?
Como explica inigualablemente Max Weber, hay una ética de la convicción y una ética de la responsabilidad. La primera impone actuar según principios absolutos, no cuestionables: si está escrito «no matarás» no se desenvaina la espada, suceda lo que suceda. La segunda impone actuar pensando en las consecuencias: si nadie hubiera desenvainado la espada ante Hitler, bombardeando y matando a muchos niños inocentes alemanes, los nazis habrían sido los amos del mundo y Auschwitz habría sido la regla. Los principios son elevados pero ambos también pueden degenerar, respectivamente, en el fanatismo ciego impermeable a la realidad, y en la justificación de cualquier compromiso. No sabemos si Ratzinger ha actuado de acuerdo con la ética de la convicción o de la responsabilidad, considerándose inadecuado -algo comprensible en un hombre de su edad al que el Vicariato de Cristo no evita la decadencia común de todos los hombres- para dirigir la Iglesia. Si es así, cumplió con su deber, si bien era muy difícil.
Puede especularse sobre las causas de esta decisión: una crisis inminente de la Iglesia que no se sentía capaz de dominar, amarguras, incomprensibles o cosas peores sufridas por quienes le rodeaban o quién sabe qué otros motivos. Sobre las elucubraciones, mientras lo sean, no puede basarse ningún juicio. Su renuncia al trono es un gesto supremo, especialmente en Italia, donde nadie es capaz de renunciar al más mísero cargo, quizá porque ese puesto es su única realidad, todo lo que es su ego, y sin él se evapora como un mal olor, mientras Joseph Ratzinger no es sólo un Papa, sino que es incluso antes Joseph Ratzinger.
Certero. Un saludo.
El texto de Magris estaba anticipado en Álvaro. Simultáneos, supongo. En un mundo de inercias impacta la contracorriente. Nos guste o no, es gesto de responsabilidad, valiente. Consciente, dicho por dos veces, cuenta Álvaro. Será para bien, no porque lo diga yo, faltaría, sino porque hay aún cosas q no podemos cuestionar. Yo al menos. Es difícil, pero espero haberme expresado como para q se me entienda.
gracias a las dos
Magdalena se te entiende perfectamente, como siempre
Un beso enorme, gracias por pasarte y comentar
Chapeau!