De nuevo propongo una pequeña lista de los libros que he leído con mayor entusiasmo a lo largo del año. El orden es más ordinal que cardinal. Es una relación personal, emocional, literaria y subjetiva que carece de valor objetivo. Como otros años, acompaño esta lista de un comentario casi telegráfico. Debería haber dedicado una entrada del blog, como mínimo, a cada libro, pero el trabajo no me lo ha permitido.
- Edmund de Waal, Letters to Camondo.
- Claudio Magris, Tiempo curvo en Krems.
- Eric Varden, La explosión de la soledad.
- Taja Gut, Svetlana Geiger, una vida entre lenguas.
- Eva Meijer, Los límites de mi lenguaje.
- Roberto Calasso, Cómo ordenar una biblioteca.
- Lydia Davis, Essays (2).
- Itō Teiji, La beauté du seuil.
- Ignacio de la Rica, El hombre que salió de la nada en chándal.
- Rachel Bespaloff, L´istante e la libertá. Saggio su Montaigne.
Menciones especiales:
1. La Pléiade (AA VV), L´espèce humaine, et autre récits des camps.
2. San Juan de la Cruz, Cántico espiritual (edición de Lola Josa).
BREVE COMENTARIO.
Otro año difícil, muy difícil. Sigo con mi Mapa de la literatura occidental que, Dios mediante, terminaré en 2022. He tenido que leer mucha literatura clásica, lo que sin duda es una suerte. Pero he podido leer cosas publicadas en 2021 que han supuesto también una alegría. Edmund De Waal cuenta de manera indirecta una historia que ilumina las turbias raíces del antisemitismo como pocos libros que yo haya leído lo consiguen. De nuevo, el mejor Magris se zambulle en el misterioso tiempo relativo triestino; cinco historias a cual más fascinante. El libro de Eric Varden roza la imposible línea fronteriza entre la religión y la literatura (la clave se encuentra, creo, en el ensayo en el que explica el dogma de la Encarnación siguiendo a San Atanasio). Eva Meijer ha escrito un libro sobre el desarrollo psicológico, buscando incansablemente las palabras para tratar de no mentir, lo que en literatura autobiográfica supone un reto. Para un bibliómano, el libro de Calasso es un regalo, otro más del fundador de Adelphi recientemente fallecido. La segunda entrega de los ensayos de Lydia Davis se centran en sus traducciones de Proust y de Flaubert, pero hay mucho más. De hecho es una mina. Me fascina la teoría de la traducción: empiezo a comprar libros escritos en inglés para leerlos en francés o en italiano, y viceversa. Por eso, la experiencia literaria y vital de Svetlana Geiger, la gran traductora de Dostoiewski al alemán, me ha entusiasmado y enseñado tanto que lo he releído dos veces. Como el libro de Teíjí sobre la noción de “umbral”, uno de los conceptos esenciales de mi diccionario personal. Mi hermano Ignacio ha escrito una historia sorprendente, que no para de darme que pensar. Rachel Bespaloff, una guía en el arte de la lectura, escribió este libro sobre el no menos decisivo concepto de “instante” poco antes de suicidarse (recuerda a la atmósfera triestina de Magris y de Michelstaedter). El volumen de Pléiade sobre la Shoah reúne casi todo lo esencial (menos Kafka, que es caso aparte, y Danilo Kiš e Imre Kérstesz que, naturalmente, todavía no han pasado al dominio público). La edición de Lola Josa retoma la idea de Ynduráin de que, especialmente el Cántico, no se comprende sin conocer a fondo la Cábala y demás fuentes hebreas (no me ha dado tiempo a estudiarlo, pero no quería dejar de referirme a este trabajo).