Conocíamos muchos detalles de las vidas de casi todos los miembros de la familia Mann. Del patriarca (en realidad la familia más bien tendía al matriarcado) habíamos podido leer, además de su obra creativa, una parte casi completa de su correspondencia y de los diarios íntimos, en los que el autor de La montaña mágica se mostraba cómo era por dentro sin el menor recato. Otro tanto se puede decir de su hijo mayor, Klaus. Y de Monika, la hija con la que Thomas Mann tuvo más dificultad para comunicarse. Las cartas cruzadas de Erika, el gran Golo (una de las personalidades intelectuales más sobresalientes de la segunda mitad del siglo XX en Alemania), de Michael (primero músico profesional y más tarde germanista) y de la pequeña Elisabeth, la preferida del padre y gran avanzada en la defensa de los océanos, están en la base de un relato que consigue hacer revivir una aventura familiar más que notable.
Por una parte están los méritos que ese grupo humano de ocho seres únicos (nueve si sumamos al novelista Heinrich Mann que no obstante queda un tanto al margen del núcleo de padres e hijos) fueron acumulando en sus vidas: las obras literarias que legaron, las publicaciones que dirigieron en tiempos más que difíciles para la libertad de pensamiento, la actividad política que les llevó a combatir al nazismo con una entrega y una pasión que nunca les agradeceremos bastante, las performances artísticas y una persistente influencia social encaminada a la apertura de la sociedad occidental a unos patrones de libertad democrática. Y por otra está la dimensión íntima, privada, tanto en lo que se refiere a las vidas de cada uno de ellos como a las relaciones que forjaron entre sí.
Pues bien, ese doble y difícil reto es el que Tilmann Lahme acomete en un libro que a pesar de su extensión (600 páginas de texto) se lee con una facilidad que asombra, una de esas lecturas que una vez comenzadas resulta poco menos que imposible de detener.
Por encima del rigor en el uso de una información ingente, la clave del éxito de esta obra, hasta el punto de haberse logrado un libro redondo, casi perfecto, está en el uso de una técnica contrapuntística. Apostaría a que el autor tiene una sólida formación musical: no veo cómo consigue si no ir contraponiendo, como en un octeto, el relato de los hechos particulares de cada uno de los miembros de la familia, vivencias fuertes y personales, con otros que afectan a varios miembros de la saga y, en tercer lugar, con aquellos que los reúnen a todos, sean todos ellos o no positivos desde el punto de vista emocional, psicológico o familiar. El reto era fenomenal. Podrían haber sido necesarias al menos el doble de páginas, pero el autor ha estudiado con lupa el punto y el enfoque en el que cada uno de esos tres planos (personal, relacional, de conjunto) debía de ir colocado. El resultado es una lectura plena de valiosas informaciones pero sobre todo atractiva y fascinante. La narración fluye y el lector sale de ella con un bagaje de conocimientos y con la impresión viva de conocer a fondo la aventura de unas personas que fueron cualquier cosa menos vulgares.
No se desliza en el libro un solo juicio moral. Para los criterios de la época que les tocó vivir, los Mann se mantuvieron en el lado oscuro de la frontera de cualquier convención. No hubo droga que no consumieran, inclinación sexual que inhibieran, provocación intelectual y literaria que no arriesgaran, respuesta política a los poderosos a la que no se atrevieran. Cometieron errores, cómo no, tenían sus fragilidades (dos de ellos se suicidaron) y hasta en algún caso se vieron enfrentados a delitos comunes (el caso del iracundo Michael). Pero nada de lo que hicieron fue banal, insignificante ni arbitrario.
Los juicios literarios no constituyen el centro del libro. ¿Cuál es éste, entonces? ¿Al servicio de qué se pone semejante capacidad narrativa? Lo que Lahme consigue es estudiar el modo en el que las relaciones de las ocho personas que compusieron la familia Mann influyeron en las obras que realizaron. Qué aspectos de la vida de unos marcaron el quehacer de los otros. Qué significaron vitalmente las obras de unos (si se quiere especialmente de ese genio que fue Thomas, pero no solamente la suya) en las vidas de los demás.
Por ese camino el autor ofrece pistas para entender ese gran enigma que las primeras obras de Thomas Mann planteaban (Tonio Kröger): como cohonestar la pasión poética con los prestigios y beneficios de la vida burguesa. En ninguna otra como en la familia Mann ese drama se encarnó con mayor brillantez, intensidad y dramatismo.