LOS AMNÉSICOS (GÉRALDINE SCHWARZ)

“He querido tejer los hilos de la gran historia con los de la pequeña, colocar estos trazos por pinceladas en mi tela imaginaria, cruzarlos y superponerlos, hasta hacer surgir un cuadro vivo, un mundo de antaño, con su decorado, su espíritu, sus vidas de entonces, sus partes de oscuridad y de luz” (p. 245). En estas palabras de la autora se refleja el sentido de este pequeño gran marco histórico de la nación alemana en un periodo trágico de su existencia: los años que van desde el surgimiento del nazismo, tras la derrota en la Guerra del 14, hasta los de la segunda postguerra. Y es que Géraldine Schwarz consigue, muy especialmente en la primera parte del libro, la efectivamente dedicada a ese momento de Alemania, algo que pocos autores logran: transportarnos con la imaginación a una época del pasado con una fuerza y una eficacia tales que el lector tiene que pellizcarse a menudo para no perderse en una auténtica conmoción de carácter estético.

Habrá quien haga otras lecturas del libro centradas en la tesis según la cual el conocimiento del pasado, cuando es profundo y crítico, esa tarea de tejer la memoria política y personal, realizada desde una voluntad positiva de objetividad y de racionalidad, es una condición indispensable para una vida democrática plena. Coincido con ello, pero prefiero aportar una perspectiva literaria que permita entender el alcance de este trabajo magistral.

Salta a la vista que Schwarz narra la historia contemporánea de Alemania contrapunteando el devenir de su familia (lo que ella llama la “pequeña historia”) con la gran historia política de ese país. Y lo hace de un modo admirable, sobre todo por el sentido de la medida con el que se suceden en la narración los episodios más cercanos con los de carácter general. Lo cotidiano y lo doméstico, las no tan pequeñas cosas de la vida nos abren a la comprensión de lo político porque no hay que olvidar que somos animales políticos, y nunca mejor dicho que para un momento en el que el instinto prevaleció sobre cualquier otra dimensión humana.

Pero, al recurso del contrapunto, se le añade otro aún más relevante: la voluntad de impersonalidad con la que, aunque no lo parezca, está conformada esta espléndida narración. Parecería incompatible la impersonalidad con el hecho de que se aborde la historia familiar y más con el hecho de que aparezca la autora como parte de esa familia que es la suya propia y también individualmente, opinando o contándonos algunas partes de su vida. Pues en este caso no lo es, y es gracias a ella como el lector se encuentra con que lo que le están contando tiene algo de inevitable, como si se tratase de una realidad autogenerada, no por la narradora a la que de hecho olvidamos, sino por la misma narración. Un relato fiel, penetrante, lógico. La narradora, que llega a afirmar expresamente que su lealtad no es con la familia sino con la verdad (p. 310), se cuida todo el tiempo de no inmiscuirse en la historia. Su trabajo –el verdadero trabajo de la memoria– consiste en estudiar la realidad que nos traslada, también en sus aspectos subjetivos. En las mejores páginas de este libro, Géraldine Schwarz alcanza un tipo especial de sabiduría literaria, muy antigua, que los mejores narradores han observado (pienso en los autores de las sagas finlandesas o en los que hilaron los cuentos de las noches árabes) y que en ocasiones, esta es una de ellas, obra el milagro de, tras la historia, abrir el paso a la acción libre y a una profunda compasión.

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