Jarry en bicicleta

Sabía que Alfred Jarry era un hombre subido a una bicicleta. Desde ese punto de vista el título de esta entrada es un pleonasmo. Sabía que se paso la vida recorriendo el centro de París y las orillas del Sena en su bici, pero no sabía que se había comprado a crédito una “Clément Luxe” que por supuesto nunca llegó a pagar. Jarry llegaba a los sitios de milagro porque para primera hora de la mañana estaba como una cuba y los trayectos se convertían en un ir y ven ir alucinado en el que las cosas pasaban a toda mecha ante sus ojos y ante su mente acelerada. Jarry era un hombre herido al que el aire sobre el rostro le hacía bien en más de un sentido. El cosmos entero soplaba y él se despejaba un poco al tiempo que iba recreando su mundo interior, el mundo de Ubú, rey polaco sin otro reino que el de sus instintos, pasiones y caprichos asesinos. Un mundo completamente subjetivo, ajeno a idea alguna de norma. Un mundo experimental, grosero, cambiante. No resulta fácil darse cuenta de lo que representa Jarry para la historia de la literatura (y de la cultura) del siglo XX, hasta qué punto fue precoz en su atrevimiento estético y moral. Baste recordar que Ubú Rey apareció en 1896, quince años antes que las Impresiones de África de Roussel, veinte antes que La tetas de Tiresias de Guillaume Apollinaire. En cierto sentido hay que reconocer que fue Jarry quien lo cambió todo. Como dijo Breton, a partir de Jarry la literatura se desplaza en terreno minado.
Este pequeño gran volumen, Ubú en bicicleta, de ediciones Gallo Nero, nos presenta a Alfred Jarry de un modo indirecto, a través de la conexión con su bicicleta: esqueleto exterior, máquina del tiempo, fuente de aire e inspiración. El trabajo de Nicolás Martín que ha seleccionado los textos y escrito el prólogo me parece meritorio. La traducción, de Laura Salas Rodríguez, de primera.

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