Hay una cosa que siempre me he preguntado: en Años luz cuando Nedra y Viri, los protagonistas, se divorcian, leemos esto: “Se divorciaron en otoño. Yo hubiera deseado que no sucediera”. Lo que me he preguntado es quién es ese “yo”. El mismo que reaparece más tarde, en Roma, cuando Viri ama por primera vez a Lia, y lo hace preguntándose: “¿Debo describir el acto de amor que los unió aquella misma noche? Creo recordar que no aparece más de modo explícito en las casi cuatrocientas páginas de la novela, y sin embargo está ahí todo el tiempo. ¿Por qué? ¿Cuál es su función? No lo sé muy bien pero creo que tiene que ver con algo que yo llamaría la conciencia de incertidumbre. Al introducir una faceta más interior aún que la del narrador omnisciente que desgrana las vidas de los personajes, la realidad queda suspendida entre varios planos, varias voces, en una niebla envolvente y maravillosa. Claro que sé perfectamente que ya estaba ahí, ese misterioso yo, desde el principio, en concreto desde el plural de la primera palabra de la novela: “Surcamos el río negro, sus bancos lisos como piedras”. Pero la pregunta era por qué toma, al menos en dos instantes, el primer plano de la escena. Cuando leemos Años luz podemos mirar por esa grieta, surcar el río negro de la vida, entre la ilusión del amor (los años de luz) y la soledad de la última orilla. “Sí, pensó, estoy listo, siempre he estado preparado, por fin estoy dispuesto”.