Medialuna (II)

En ese parque he pasado algunas de las mejores horas de mi vida. Umbrío, y teniendo en cuenta que el paisanaje de Pamplona es muy atmosférico (si hace malo no salgo: “¡Ojo!, hay corrientes”), y yo no, prefiero ponerme guantes, bufanda de viscosa, dos o tres capas pero eso sí salir, al aire, a la luz, a la lluvia, a un pájaro perdido, a una rama rota blanca, pues eso, por umbrío solitario: yo he pasado horas con mis pekes leyendo ahí (recuerdo tres libros de vida, leídos mientras jugaba como podía a la peonza, al pilla pilla,  a los títeres, que me han conformado – Infancia en Berlín hacia 1900 y Querido Miguel y Marca de agua– ¿cabe felicidad mayor?), para luego descubrir el drama de las Elío y a Álvaro Mutis apareciendo como una sombra de policía secreta que atosiga a las niñas del juez  bajo los castaños de Indias, en el Balcón vacío, sobre todo eso escribiré próximamente sobre el principio pro scripturas, ese misterio fruto granado del didiano pensamiento mágico.

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