EUROPA

  1. Mercedes Monmany ha dedicado Por las fronteras de Europa. Viaje por la narrativa de los siglos XX y XXI a su hija Laura, “que viaja por una Europa sin fronteras”, y me pregunto, con una mezcla de desazón y melancolía, hasta cuándo podrá seguir haciéndolo. Con la crisis migratoria como excusa, todo un movimiento de involución despliega su feo rostro por el continente, hasta el punto de que hemos vuelto a marcar a las personas con pintura en sus cuerpos y en las puertas de las casas en las que se cobijan, después de confiscarles los escasos bienes que poseen (por ahora –aclaran unos legisladores desalmados– no se les incautará ni el oro de las muelas ni el de los anillos matrimoniales). En un millar y medio de páginas, Monmany recorre los innumerables senderos de una nueva edad de oro de la narración europea. Una enciclopedia que, por cierto, reclama un índice onomástico. (¡en la era digital!). Una tarde, de hace años, en un café de Barcelona, le pregunté a Jaume Vallcorba quién le parecía, de entre los españoles, el mejor crítico de literatura del momento. Y me dijo, sin dudar: “Mercedes Monmany”. “¿Por qué?”, insistí yo. “Porque nunca habla de sí misma. Centra su atención en el contenido de lo que lee”. En efecto, reto a cualquiera a encontrar en este impecable volumen una sola autorreferencia. A esa razón, subjetiva, añado otra objetiva: la hábil mezcla, en el comentario de cada uno de los relatos y novelas elegidas, de lo biográfico, lo histórico y lo político. Mercedes Monmany muestra que nadie escribe sin un contexto. Y si hubiera que nombrar, con una sola palabra, el contexto cultural del XX y del XXI, ninguna mejoraría el término nihilismo. Como señala Claudio Magris, en el prólogo al libro, se trata de reconocer “la crisis de la imagen unitaria del mundo, en la poetización de la vida que no logra refrenar la vida misma, en la vida siempre postergada y ausente, en el crepúsculo del artista y el individuo”.

 

  1. Por eso, cualquier intento de superar la crisis del nihilismo, y hasta el mero hecho de afrontarla, con las armas del arte y las letras, resulta épico y debe elogiarse y agradecerse. Es el caso del libro del fotógrafo Eduardo Momeñe que, en Las fotografías de Burton Norton, traza un viaje al pasado que es mucho más que un emboscamiento elitista o arcaizante. A través del personaje de W.G. Jones (un eterno aprendiz que no es Momeñe pero que se parece mucho a él), ayudante de Burton, se narra otro viaje al corazón de una Europa permanentemente redescubierta, contemplada y recreada. Desde los paisajes y las brumas de Irlanda hasta el sol de Corfú o de los Alpes, pasando por las aguas metafísicas de Venecia y Brujas, la piedra dorada de las catedrales góticas, las joyas de los museos de provincias o los mil rincones de un espacio que es, antes que geográfico, un conjunto articulado de puntos de tiempo. Una narrativa de imágenes visuales, literatura de viaje, un trabajo espiritual intenso, hecho de in-sights o miradas hacia adentro, hacia los paisajes del alma y las iluminadoras experiencias de conexión, como cuando el narrador cuenta que los primeros retratos fotográficos, debido a la prolongada exposición, convertían las cuencas de los ojos de los modelos en agujeros oscuros, en miradas vacías y muertas que le recordaban la hondura macabra de las estatuas sin ojos de la tradición naturalista griega.

 

  1. Europa. El restablecimiento de fronteras interiores. Los horrores de la legislación inicua del Parlamento danés, como danés fue Jens Peter Jacobsen, botánico y autor de Maria Grubbe o Niels Lhyne, el gran novelista del nihilismo moderno al que Mercedes Monmany dedica luminosas páginas. ¿Pero qué es el nihilismo europeo, ese manto que recubre nuestra cultura con un malestar cierto? Trataré de mostrarlo con ayuda de la película La chica danesa, del director inglés Tom Hooper, y que puede verse estos días en las salas de cine. Cuenta la historia de un(a) transexual a finales de las década de los años veinte. Casado, pintor de éxito, lleva años estancado pintado literalmente una ciénaga: un paisaje de la infancia en el que descubrió a un tiempo el amor y el tedio de la vida, además de la imposibilidad de salir de un endiablado laberinto interior. En concreto, de la confusión que, en todos los órdenes, desde el intelectual hasta el afectivo y sexual, le producía el hecho de habitar un cuerpo de hombre sintiéndose mujer, y experimentando no pocas de las señales hormonales que comporta la condición femenina (menorrea, dolores menstruales). Gracias a su mujer, que le ama por encima de cualquier ley o prejuicio humano, Lili, la protagonista, decide aceptar su suerte como un don, y no rendirse, iniciando una pelea épica por llegar a ser lo que es. Se trata de un testimonio sobrecogedor. ¿Y cómo opera, en ese contexto, el citado nihilismo? Como una realidad doble: por una parte, es la nada y la abulia que la aceptación desesperada de lo que le ha sido impuesto (en este caso por una combinación siniestra de naturaleza y cultura), y, por otra, en un sentido opuesto, es la no aceptación de nada que no sea lo que realmente es, es decir como el justo aunque doloroso desprecio de la roña legal e institucional que nos atenaza cuando dichas estructuras no responden a lo que de verdad deben custodiar: el bien concreto de cada individuo, el amor sin posesión entre los seres humanos, la libertad, la felicidad y la verdad a la que todos estamos finalmente destinados.

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