Decreación (Anne Carson)

1. Anne Carson es una profesora canadiense (de Toronto) de griego clásico y literatura comparada. Vive y trabaja en Ann Arbor (una pequeña ciudad del Estado de Michigan que tiene una gran universidad; su Departamento de Lenguas Eslavas acogió durante años a gente de la talla de Joseph Brodsky).

2. Anne Carson es una de las más sutiles poetas del panorama internacional. De la estirpe de helenistas a la que pertenecieron también Nietzsche, Heidegger, en buena medida Simone Weil, nuestro Unamuno, Carlo Michelstaedter o esa rara avis que fue Guy Davenport (siempre me he preguntado si fue profesor suyo), ha traducido Electra para la Universidad de Oxford (una joya), ha recreado magistralmente Antígona (en Antigonik) y ha interpretado como nadie a Safo (Éros, The Bittersweet).

3. Su dominio del griego (y del latín) le ha permitido recorrer el camino poético en todos los sentidos de la marcha (de oriente a occidente, de lo viejo a lo nuevo y viceversa, de adelante hacia detrás y vuelta). La etimología le ha llevado primero al conocimiento y después al neologismo y a la creatividad léxica y sintáctica. Conocedora cabal de la teoría de los géneros, Carson juega con ellos hasta el límite de lo imposible. Ha escrito novelas en verso (Autobiography of Red), ensayos póetico-narrativos (The Beauty of the Husband) y, en una alucinante inversión semántica, ha realizado una Antropología del agua; en este peculiar diario narró su paso, camino de Santiago, por el norte de España.

4. Lo primero que leí de Carson fue La belleza del marido, y me quedé mudo. Ahora espero a que me llegue Albertine Workout, algo así como cincuenta y cinco breves tesis sobre A la búsqueda del tiempo perdido, y en particular acerca de las complicaciones amorosas del personaje de Albertine en la novela quinta, La prisionera.

5. Lo último que he leído de ella es Decreación, un volumen mágico. Traducido de modo impecable por la poetisa y editora mexicana Jeannette L. Clariond (Vaso Roto Poesía, 2014), más que un solo libro se trata de toda un biblioteca que contiene hasta una ópera. Un biblioteca proyectada en el tiempo. Su coherencia tiene que ver con el trayecto que va del sueño de la letra escrita al yo psicológico y a la idea, imposible, del ser humano como una sustancia creada que, por tanto, se pudiese decrear.

6. En dos momentos esenciales del texto, Anne Carson nos ofrece primero los elementos reflexivos de los que parte y después una composición creativa al respecto. Primero lo hace con el ensayo y la Oda al sueño. Segundo, en otro ensayo titulado Decreación, y subtitulado De cómo dicen Dios mujeres como Safo, Marguerite Porete y Simone Weil.

7. El tema radical que enfrenta en este segundo ensayo es el de la conexión éros-tánatos. O mejor, éros-tánatos-cáritas. O sea la afirmación (históricamente comprobable) de que el amor de Dios empobrece, mata y aniquila. Fecit in nobis quamdam mortem, escribió, sabiendo de qué hablaba, Agustín. Carson cita a Simone Weil para recordar, a propósito de la oración filial del Padrenuestro, que “somos tan incapaces de elevarnos desde el suelo como una lombriz.” Kafka lo hubiera suscrito. Y yo también. Pero la filósofa judía habló de que había dos fuerzas que reinaban sobre el universo: una era la pesadez que nos fija en el suelo, y la otra la luz o la gracia. Anne Carson comprende perfectamente que la transición entre éros y cáritas no la podemos explicar. Ni en forma de espejo. Weil añadió al pensamiento horizontal aludido que la Encarnación había hecho estallar la inteligibilidad. Dios quema y aniquila (no en balde pedimos que Dios encienda en nosotros el fuego de su amor, que envíe su Espíritu y que serán creados, renovando la faz de la Tierra…), pero también recrea, resucita y enamora.Y todo en una unidad de tiempo que al menos para Él es una eterna persistencia.  Inversión por inversión, como dice mi amiga Florence Delay, el cristianismo que circundaba a Simone Weil es una religión muy rara: primero produce las cenizas y después fuego.

 

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