Me cuentas un sueño que te torturaba de pequeña (¿ahora ya no lo hace?): tú y tu hermana sois paseadas en una jaula a la vista de todos; a la vista, y al olor, de un lobo que os persigue y que desoye a quienes le dicen que en realidad no estáis por la zona. “Aquí huele a alemana”, oyes con espanto que insiste el lobo, “aquí huele a niña alemana, lo sé, y no pararé hasta encontrarlas y comérmelas a las dos”… Esas son, supongo, las delicias del desarraigo y la expatriación, siempre preferibles al anquilosamiento y a cualquiera forma de nacionalismo autosatisfecho. Cuando me lo contabas, además de recordar a la pantera de Rilke (Sus ojos tan cansados del desfile/de los barrotes, que ya nada retienen./Le parece que hubiera mil barrotes/y tras los mil barrotes ya no hubiera mundo), me acordaba, como no, del pequeño Hansel en su jaula. Te habrían contado mil veces el cuento. Como el del flautista de Hamelin, que me cantaste. Fue oír las primeras palabras, y caer en la cuenta de que era la base sobre la que Kafka había escrito Josefina la cantante o el pueblo de los ratones. Por cierto, hablando de la reversibilidad de las cosas, como la de las rejas que pasan delante de los ojos de la pantera, fíjate lo que escribe Kafka, en su último cuento, acerca del arte: “Cascar una nuez no es realmente un arte, y en consecuencia nadie se atrevería a congregar a un auditorio para entretenerle cascando nueces. Pero si lo hace y logra su propósito, entonces ya no se trata meramente de cascar nueces. O tal vez se trate meramente de cascar nueces, pero entonces descubrimos que nos hemos despreocupado totalmente de dicho arte porque lo dominábamos demasiado, y este nuevo cascador de nueces nos muestra por primera vez la esencia real del arte, al punto que podría convenirle, para un mayor efecto, ser poco menos hábil en cascar nueces que la mayoría de nosotros”. Puro Duchamp avant la lettre. Y sin darse la menor importancia. ¡Qué clase tenía el moribundo Franz! Bueno, a lo que voy: que no nos cansaremos de estudiar las estructuras antropológicas de lo imaginario, o sea, los cuentos y las leyendas populares. Ahí está todo, empezando por nuestros sueños.