El trabajo de años en alguien como Kafka te marca de por vida. Pasaría lo mismo con Dante, con Shakespeare, Cervantes y Calderón, con Joyce o con Proust. Quizás no ocurra lo mismo con los demás. ¿Son entonces un mero resto? No exactamente, pero no te marcan así, no tienen esa fuerza de conformación interior. Esos autores se te instalan en el tuétano y acabas viéndolo todo bajo su especie. El otro día me escribía una amiga argentina que, gracias al amor de una persona, había descubierto dentro de sí un espacio de libertad que ni siquiera sospechaba que existiera. Enseguida pensé que Kafka toda su vida buscó eso precisamente. Sus historias son el intento frustrado, imposible, de acceder a lo que se puede llamar un círculo interno, an inner ring. En ellas queda patente que, detrás de lo que vemos, de lo que tocamos, de las estructuras de las cosas, hay algo más, otro orden, otros poderes que condicionan fatalmente lo exterior. La realidad es un conjunto de círculos de poder inverso al tamaño de los mismos: cuanto más grande es el círculo, cuanto más externo, más insignificante resulta ser. Lo que ocurre es que cada círculo (de personas, de ideas, de sentimientos) te encierra y no hay manera de salir de él y de su ámbito de influencia. Todo son obstáculos para coger con la mano un aro menor, más restringido y esencial. Sería liberador. Acceder a los anillos del centro de las cosas queda descartado, por muy pequeño que uno se haga, por mucho que uno mengue. The inner circle es un mero ideal. Creo que Kafka acertó en mostrar que esta lógica cambia radicalmente si se trata de aplicarla a aspectos externos de la vida o a la existencia más íntima y personal. Se trata de la gran paradoja kafkiana, que yo entiendo así: en la vida social, en las relaciones de poder, los círculos internos (que desde luego existen, todos lo sabemos: basta con que se junten media docena de personas para que se generen de inmediato) son tan inevitables como odiosos. Con frecuencia las personas más libres los detestan, no quieren saber nada de ellos y mucho menos participar en su lógica conservadora y hostil. Pensemos en un campamento de verano, en una universidad, en un sindicato o en la sociedad entera. Pasa siempre lo mismo. Sería extraordinario saber por ejemplo quién coño esta mandando en este momento en el mundo capitalista. Desde luego yo dudo de que sean los que aparecen en el horizonte político. Hay círculos internos que determinan la política. La peor de las corrupciones. En la vida íntima ocurre lo contrario: una persona libre quiere encontrar esos círculos internos, acercarse cuanto más mejor a la verdad, a la transparencia, a la realidad en suma. En el centro mismo, en el centro minúsculo del anillo más pequeño está el amor, eso para mí está claro. Por eso para ser libre, como mi amiga, hay que amar mucho y hacerse muy pequeño. Melville, Robert Walser, Hawthorne, Leskov, Azorín y algunos otros lo sabían. Y Kafka lo explicó como nadie.
Una pregunta: por lo que entiendo, a ese círculo interno personal, por así llamarlo para contraponerlo al de los aspectos externos de la vida, accederíamos también a través de cosas externas a nosotros, mediante el amor e interés por aquello que no somos nosotros mismos, como otra persona, el arte, la ciencia. ¿Es así? ¿Solo podríamos acceder a nuestro interior a través de lo externo a nosotros?
yo entiendo que el amor y el afán de conocimiento tiene que ser iluminado dentro de nosotros, si no no es tal cosa