Sanary-sur-Mer

Me quedan pocos días de estancia provenzal, pero vivo no ya el presente sino el mismo instante, lo que no tiene nada de extraño porque llevo haciéndolo más de diez años, incluidos cómo no los momentos más difíciles de mi existencia que se han concentrado en este período. Viajo en moto, solo pero en mi interior muy acompañado. Quería venir a Sanary. Para mí era un homenaje obligado. The coast of pleasure, como la llamaron en Le petit livre de la Riviera los hijos del mago (en la foto), Klaus y Erika. Julius Meier-Graffe, Ludwig Marcuse (¿se animará Valeria a traducir alguna de sus obras autobiográficas?), la grandísima Annette Kolb, Franz Hessel, Bruno Frank, Jules Pascin, Werfel y Alma Mahler, René SchicKele, Kantorowicz, Klossowski, Ernst Toller, los Feuchtwanger, etc. Sin olvidar a los ingleses (Huxley y su maravillosa biógrafa Sybil Bedford, un D.H. Lawrence moribundo, por no hablar de la Mansfield y su poema a las mimosas del pequeño puerto) ni a los que se refugiaron a lo largo de la costa: Kurt Wolf y Joseph Roth (Niza), Hienrich Mann (Bandol), Franz Blei (Cagnes sur-Mer), Egon Erwin Kisch (Les Sablettes y después Grasse) y cito sólo algunos de entre todo el exilio alemán del nazismo. En esta vida, cada uno elige su cofradía, y yo he elegido la mía à jamais, la de aquellos que antes que a su “patria” amaron a Europa y todo lo que está representa: el laicismo hijo del monoteísmo, la autocrítica, el deseo de felicidad y la irrenunciable libertad de conciencia. Allí sigue el Hotel de la Tour y la Chapelle de la Consolation de las Hermanas Blancas. Consigo una plaza en un viejo restó, cerca del Ayuntamiento. A mi alrededor oigo hablar italiano, alemán, francés.

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