Llevo días sin escribir, sin pararme en realidad, casi sin sentarme. Con mil cosas por terminar, por pagar, por rematar, por presentar, escribir, entregar. Acosado, agobiado, atribulado, atragantado… cualquier participio que describa alguien metido en medio de muchas cosas, ocupado en despejar como puede balones fuera, con mil preocupaciones, sin llegar a atender de verdad a ninguna: así estoy yo desde hace dos semanas. Sin tiempo suficiente, sin dinero, sin la necesaria energía, me parezco bastante al tipo de la foto, enterrado entre papeles en su apartamento del bajo Manhattan. Me he acordado mucho estos días de la época, muy feliz por cierto, en la que teníamos cuatro niños muy pequeños y no dábamos a basto para atenderles. Muchas días a lo largo de muchos años me he acostado a las diez u once de la noche, por supuesto sin ver siquiera el telediario, sin haber digerido una cena espasmódica, exhausto pero con una sonrisa de felicidad, pensando que no había tenido ni un segundo para pensar en mí. Mi estado actual, motivado por circunstancias diferentes, algo más dramáticas en el fondo, se parece en que el orden de nuestra vida nos viene impuesto desde fuera. Podemos aceptar la realidad a regañadientes o a coeur ouvert, rechazarla, rebelarnos, vivir en fuga o considerar todos estos cabos y riscos como parte de la travesía, de nuestro largo y entrañable, aunque a ratos espantoso, viaje a Ítaca. Cara a cara con Medusa, se hace más necesario que nunca agarrarse a algo, o a alguien para ser más exactos. Alguien que nos abrace y sostenga, que no nos juzgue, que haya pasado en alta mar por las grandes tormentas nocturnas (en mi caso estoy agarrado como un niño de pocos años, los dedos de la mano entrelazados y la mirada fija en quien me sostiene). Si lo hacemos, como por un milagro, cuando van pasando los días, nos damos cuenta de que seguimos a flote, de que hemos sacado adelante las cien mil cosas que nos abrumaban y que con la ayuda de los demás hemos mantenido el rumbo. That´s life: “Me muero de risa cuando recuerdo que pensaba que uno puede hacerse un pequeño mundo dichoso y honrado en el que con tranquilidad y sin errores, sin arrepentimiento, se vive despacito, haciendo sin prisa y a conciencia sólo lo que es bueno. ¡Es ridículo! No se puede. Lo mismo que no se puede estar sano sin movimiento, sin gimnasia. Para vivir honestamente, hay que bregar, perder el camino, luchar, equivocarse, empezar, abandonar, de nuevo empezar y de nuevo abandonar, y luchar y perder eternamente. La tranquilidad es una bajeza del espíritu”. No sé vosotros pero yo suscribo este pensamiento encontrado en la correspondencia de Tolstoi.
Un cordial saludo.
Gracias, amigo. Lo mismo digo
Alvaro