Notas para un diario 254

Llevo cuatro meses sin escribir estas notas (en concreto la última es del 6 de mayo). Y esta me va a salir funeraria. En cambio he rellenado cinco o seis cuadernos personales: cuánto más intensamente vivo, más y más escribo; me pasa lo contrario que a tantos. Ante todo, me ha entristecido la muerte de tres figuras prominentes, tres escritores en todo caso. Martí de Riquer y Marcel Reich-Ranicki murieron prácticamente al mismo tiempo. Del primero podría hablar durante horas. Sus obras (sobre El Quijote, sobre el ciclo artúrico, Chretien en particular, sobre la literatura clásica greco-latina, sobre los poetas provenzales) me han acompañado y acompañarán para siempre. En todo lo que escribió despuntó sobre los demás por varios motivos entre los que yo destacaría la mesura, el sentido de la medida con la que abordó los más amplios panoramas histórico-literarios y los más menudos e intrincados problemas críticos. Era magnánimo. Sigue en el mercado su recopilación sobre la poesía provenzal con las traducciones al castellano. Varios amigos míos franceses, especialistas en  dicha literatura, dicen sin dudarlo que no existe en ninguna lengua moderna nada comparable. Eso sin contar la fijación de los textos en lengua d´oc que contiene. Y las cien páginas introductorias, y las biografías de los trovadores (las razós). Si tuviera que poner debajo de mi cabeza por las noches un volumen, pondría sin dudarlo ése que cobija a Bertrand de Ventardorn y Arnaut Daniel, aquellos que escribieron sobre el amor hace novecientos años en los términos que constituyen mi modo de estar en el mundo. Acaso Reich-Ranicki no se llamara Marcel por casualidad. Como ha dicho Nooteboom, de nuevo un judío ha sido un maestro en Alemania. Un maestro en el arte de la lectura. Pienso que para él el centro del canon contemporáneo era Kafka, pero su sensibilidad le situaba más cerca de Thomas Mann. Y no se le puede reprochar. Sus páginas sobre Tonio Kröger y sobre los diarios íntimos del autor de Lübeck son más que luminosas. Ahí están para el que quiera leerlas y recuperar un mundo que su muerte amenaza con disolver en la nada. Eso no ocurrirá mientras haya un solo niño que cuando crezca lea y escriba con libertad radical. Y los habrá. Álvaro Mutis ha muerto ayer o antes de ayer. Su poesía merece la pena: “El insomnio establece sus astucias/y echa a andar la voz devanadera: regresa todo lo aplazado y jamás cumplido, las músicas para siempre abandonadas/en el laberinto de lo posible”. Tuve la suerte de conocerle. En el hall del Wellington de Madrid. Cordial. Hablamos de literatura. Y de nuestra querida amiga común: María Luisa Elío. Era un señor y un sabio. Yo lo recordaré siempre acodado sobre la Grand Plage de Biarritz frente al mar en la foto de Dani Mordzinski.

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