Recuerdo haber leído en El pozo de J.C. Onetti una aproximación inmejorable por precisa al origen de la creación literaria, al menos en el caso de un tipo de escritores entre los que él se encuentra. Al final todo viene del pozo, de la herida de la noche, del sueño y el ensueño, de una pared mugrienta contra la que uno se duerme solo pensando insensateces. Pero no únicamente. También viene del sentimiento, que es para el narrador (Eladio Linacero) algo más importante que las personas (del mismo modo llega a decir que es más importante la música que el instrumento musical). Y en particular del sentimiento del amor. ¿Y qué entiende Linacero/Onetti por amor? ¿Sentimiento como sentimentalismo? No. Cuenta algo que se me quedó grabado para siempre. En pleno juicio por divorcio, Linacero contempla con horror que en el sumario se incluye un episodio en el que él en plena noche obligó a su mujer a vestirse de blanco, salir de casa e intentar recuperar en vivo una imagen que le había fascinado en sueños. La mujer accede de mala gana. Todo coincide más o menos con lo soñado menos la expresión de la cara, escéptica y fatigada ante la estrafalaria petición del marido. Al punto que luego lo declarará contra él en el juicio. Linacero sabrá, gracias a este hecho, que el amor entre ellos se había acabado: lo intuyó por el modo en el que su mujer cumplió su deseo y lo comprobó con tristeza al ser acusado por ella precisamente de eso, de ser alguien con fantasías y sueños, con una frondosa vida hacia adentro.
Espléndido, Álvaro. En sentido físico y moral. Gracias por compartir.