Hace dos días un grupo de amigos estábamos disfrutando de los cuarenta grados a la sombra en una terraza de la calle Válgame Dios de Madrid. Para colmo, el sector masculino de la tertulia fumábamos un puro. Mientras, dos chicas hablaban entre sí, un poco lejos de nuestras humaradas. De repente, una le pregunta a la otra: “Y tú, ¿qué piensas?”. Antes de que pudiera contestar, un viandante que pasaba en ese instante por ahí mismo se considera aludido por la cuestión y no duda en responderle: “Que qué pienso… ¿sobre qué?”. Cuando nos quisimos dar cuenta el paisano se había sentado con toda naturalidad con nosotros y puedo afirmar que no fue precisamente el primero en abandonar la reunión. A la vuelta del viaje capitalino, me paro en el bar de un pueblo en la carretera y comienzo a oír un relato estremecedor. A la vista de las primeras frases me apresto a escuchar con atención: “Sí, en efecto. Ha muerto en apenas una semana. La pobre, con sólo tres añitos. Cuando la llevaron al médico ya no había nada que hacer. El tumor tenía el tamaño de una pelota de tenis dentro de su cabeza. Ya le habían notado rara, ya, pero claro, como acababa de tener una hermanita, pensaron que serían celos. Decían que la tenía envidia y que por eso se quejaba. A los pocos días de entrar en el hospital entro en coma y dos días después se murió la pobre”.
Es lo que tiene. A veces prestamos muy poco a algunas cosas que nos parecen intrascendentes y casi siempre lo son pero un día, sin más, pasa eso, precisamente eso, te perdiste algo fundamental y cuando tomas consciencia de ello ya es demasiado tarde.
Lo que pensamos y lo que sentimos. A la pregunta tú qué piensas cualquiera responde. Ante la respuesta que entraña la consumación de una tragedia, qué decir, sencillamente, no es opinable, ni tampoco invita a reflexionar más allá del horror.
Interesante reflexión.
Recibe un fraternal abrazo.