En casa. Nuevas perspectivas. Frío intensísimo. Alvarete que baja a diario a por el pan me da el parte: -2º!!! “¿Y por qué no nieva, papá?” “No lo sé, hijo. Tal vez más adelante. No sé nada”. He recordado que en un libro de Imre Kertész que se titula Un instante de silencio en el paredón (sin duda entre los diez mejores libros sobre el Holocausto; ya puestos, algún día hacemos la lista), en el primer capítulo se habla del Diario de Sándor Márai, el novelista húngaro que ha sido un boom editorial en España y en otros países en los últimos años. Se refiere con emoción a lo que se conoce como ¡Tierra, Tierra! y en concreto a las razones por las que Márai abandonaba para siempre Hungría: su temor al “lavado de cerebro”, a la “pérdida del yo”. En otro escrito de Kertész, “Confesiones de un burgués. Apuntes sobre Sandor Márai” habla del Diario que el autor de El último encuentro mantuvo desde 1943, y en particular del último, el que llevó durante los años cinco últimos años de su vida. Un testimonio escalofriante. Un tratado de la vejez, que por fin se ha publicado en España: Diarios 1984-1989. Para Kertész, se trata de “la huella espiritual más pura, más amplia, más importante de aquella época”. Una huella que no obstante acaba en el suicidio de Márai. Y que convierte el suicidio (más después de la Shoah) en el único asunto filosófico serio (Camus, El mito de Sísifo). Como Zweig, como Améry, tal vez como Rothko y Celan, como de Staël. Habría mucho que hablar de todo esto. No coincido del todo con mi admirado Kertész. Nunca la limitación humana se puede convertir en un absoluto (Márai lo pensaba): al contrario la limitación es la puerta del absoluto, pero sólo la puerta. Él en cambio (Kértesz) supo esperar y comprenderlo todo, amándolo. Se nota en su escritura que tiene una grandeza impensable en Márai. No hay más que leer Sin destino. Las páginas finales contienen un acto de esperanza insólito. Contienen asimismo toda la tradición desde el primer exilio hebreo de Ur. Toda la tristeza y el misterio insondable de la Had Gadya. Y Grecia por supuesto. Kértesz es un judío y un ilustrado, en el sentido fuerte de ambos gentilicios. Márai era un burgués descreído y entendió mucho menos, pero también era un gran escritor. Auténtico. Hay que leerle. La revista Archipiélago (82) acaba de dedicar un monográfico a Kertész, en el que se habla mucho de Márai.
Yo tengo pendiente los “Diarios de 1984-1989”, seguro que me lo traen los Reyes.
De Tierra, Tierra recuerdo el ambiente angustioso por la pérdida y esta cita ” Uno se enamora de su mujer en dos ocasiones: la primera vez cuando la conoce y la segunda veinticinco años después, a raiz de las bodas de plata. Todo lo que se sitúa entre estas dos fechas en la mayoría de los cosas no es más que una confusión caótica y no tiene la menor importancia desde un punto de vista sentimental”.
Marai fue siempre un melancólico. Y al final le ganó la melancolía.