“By the waters of Leman I sat down and wept…”
Una familia de cisnes acudieron raudos a beberse mis lágrimas amargas.
Hacía mucho que había querido pasar por la ciudad de Nicolas Bouvier, y no me defraudó en absoluto, todo lo contrario, aprendí un montón de cosas mientras paseaba horas y horas cruzando en ambas direcciones los puentes frente al Mont-Blanc.
Aprendí por ejemplo que el fondo de la fondue de queso, ese socarrat que normalmente no sale ni a tiros y que hay que dejar toda la noche con agua en la pila y quitarlo por la mañana, una galleta de queso turrado con sabor a vino blanco y a kirtsch, se llama la “religieuse”… (se pide después de terminar y los camareros la sacan con una espátula de pintor y un martillo).
Naturalmente, por más vueltas que le doy, no caigo en el motivo de tal denominación.
Elevándonos un poco, ya sabía que Ginebra es proporcionalmente la ciudad del mundo con más suicidios por habitante; al principio te quedas un poco así, yo me iría a vivir mañana mismo allí, aunque ese deseo quizás albergue algún remoto impulso de muerte por mi parte, sólo Freud sabe, pero aprendí allí que en realidad el dato “incriminatorio” esconde el siguiente engaño: aunque en realidad en todas las ciudades de Occidente hay un número parecido de suicidios, las de la cuenca mediterránea (por tradición católicas) siempre enmascaran los hechos. Pocos son los que aceptan abiertamente que alguien a su alrededor se ha quitado de en medio, les parece infamante para el muerto, un fracaso para ellos, vergonzoso para todos. Por lo visto ara las gentes del norte es un derecho más y quieren que así conste.
Naturalmente lo que no acabo de comprender es la relación que todo eso tiene con el hecho religioso, en el caso de que la tenga (la que se me ocurre es tan evidente, directa y triste que por experiencia sé que tiene que haber algo más escondido en toda esta apasionante cuestión).
Aprendí también que sobre la tumba de Borges en el recoleto cementerio de Plein-Palais pasea casi siempre un cuervo negro. Además no calla. También constaté (creo que esto ya lo sabía de antes) que su viuda se cuida de que haya siempre al menos una rosa amarilla frente a la lápida de piedra con la inscripción en gaélico. No me costó nada hacer las convenientes liasons literarias más evidentes (Chéjov, Carver, Kafka, Nial, Gisli) pero lo que no sé aún es porqué no me encontré allí con un tigre. Al menos esperaba haberme topado con una pantera gris marcando el tiempo y el espacio, el ritmo del mundo, en una jaula.
Por último aprendí que Ginebra tiene una librería (cosa que no se puede decir más que de tres o cuatro ciudades en el mundo, si por librería se entiende lo que entiendo yo): naturalmente que es la librería Le rameau d´or/L”Âge d´Homme. Boulevard Georges Favon 17. Sólo por eso merece la pena el viaje. Increíble lo que encontré allí, los Cingrias de los años sesenta, los Bouvier, los Vernet y tantas otras cosas que provocaron el sobrepeso de mi maleta al volver en Easy-Jet chicken class (nunca he pagado más a gusto 40 €).
Hojeando in situ un libro de Bouvier encontré este párrafo mágico: “Hay algo fundamentalmente feliz en el hecho simple de estar en el mundo y, por carencia, por falta de entidad, lo olvidamos. Montaigne escribió a propósito unas palabras muy bellas; dice lo siguiente: No he hecho hoy nada, nada reconocible. ¡Qué idiota! Pero es que no has vivido, no te das cuenta de que es no sólo la más ilustre sino la más memorable de las ocupaciones posibles. Vivir. Si tuviera que reprochar algo a mi país es el hecho de que haya antepuesto siempre el hacer sobre el ser; yo pienso que es más difícil ser que hacer”
Naturalmente entonces entendí bastante.
Notas para un diario 225
For my nephew, and friend, Andrew
Es precioso
gracias bel, me alegro de que te guste