Nostalgia de la teología

Una vez me dijo una amiga y grandísima lectora que un libro mío le había producido “nostalgia de la teología”. Se me quedó grabada la fórmula: nada tiene de extraño porque llevo conmigo esa nostalgia como una naturaleza primera. Pensaba esto anoche cuando vi el último capítulo de la segunda temporada de Downtown Abbey. En una escena final memorable dos de los protagonistas (Mary y Mathew) se declaran finalmente su amor. Los dos han vivido un sinfín de cosas por separado y juntos y eso es lo que hace maravillosa y extraordinaria la perspectiva de una vida en común. Pero el último de los muchos obstáculos que deben superar para esa unión es la confidencia que le hace ella de que había estado involucrada en un affaire bien oscuro: una noche se acostó con un diplomático turco de paso por su casa y a la mañana siguiente el hombre apareció muerto en la cama. ¡Qué fogosidad! Mathew se enfada y le reprocha haber hecho aquello sin amor, “si por lo menos le hubieras amado”. Mary contesta algo asombroso por lo evidente que es: “¿Cómo iba a amarle, Mathew, si no lo conocía? Fue lujuria”. Precioso. Me gusta que a las cosas se les llame por su nombre. A la verdad de que no se puede amar lo que no se conoce, añade la realidad moral de que las personas a veces actuamos por lujuria. “¿Y qué?” Eso demuestra solamente que somos humanos. Habrá a quien le horrorice la palabra por las connotaciones religiosas que pueda tener, pero rechazarla sin más implicaría no ser capaces de atisbar una verdad más profunda: el hecho de que la teología moral implica un inmenso conocimiento del ser humano con independencia del afán de orientar o de controlar el comportamiento humano con el que se haya utilizado a lo largo de la historia. Ya en la cama me puse a leer el libro de Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús. Me detuve en la lectura que hace el Papa del episodio de la huida a Egipto. Según Mateo un ángel del Señor le dice a José que huya a Egipto con el Niño para evitar la matanza de inocentes que iba a perpetrar Herodes. El evangelista añade que aquello ocurrió para que se cumpliera la Escritura: “De Egipto llamé a mi hijo”. La cuestión principal para un teólogo, en este punto, es saber si ese episodio fue histórico o, más bien,  se trata de “una meditación histórica en forma de historias”. La sombra de Moisés llamado desde Egipto planea sobre el texto de Mateo y se trata de saber si el texto de Oseas referido es una clave de interpretación escriturística de unos hechos reales o el principio textual sobre el que se cuenta una historia. ¿Inventada entonces? Se trata de un problema complejo que en este libro apenas se apunta. Para la ortodoxia católica lo que hay que distinguir es si el episodio en cuestión afecta o no a un aspecto esencial de la fe (Daniélou). No es lo mismo dudar de la historicidad de la Anunciación que de la facticidad de la adoración de los magos o de la propia huida a Egipto. Algo que, esencial o no a la fe, sí es crucial desde el punto de vista de la tradición cultural: el hecho de que por dos veces el éxodo judeocristiano consista en una salida de Egipto (con lo que esta cultura ha significado para la civilización) sí es esencial, ya lo creo. (Ayer por la tarde, en plena nostalgia de la teología, Asunción Domeño me mostró el original de esta reproducción de Monje Blanco 2 de Ortíz E. en el Fondo fotográfico de la universidad. Yo quisiera poner mis ojos y mi inteligencia sobre los textos con la delicadeza con la que las manos del monje se posan al mismo tiempo sobre la hoja del libro y sobre su corazón)

2 Comments Nostalgia de la teología

  1. José Antonio 09/12/2012 at 12:36

    Querido Álvaro, de nuevo por aquí. Tres quiero decir: qué fotografía más bella, la de ese monje cisterciense esperando para cantar su lectio; yo también siento nostalgia de la teología y eso que se me supone el “ser teólogo”; y, últimamente, esa nostalgia se ha agudizado: el culpable ha sido el Papa de la Razón, con “La infancia de Jesús”. Un fuerte abrazo.

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  2. Álvaro de la Rica 09/12/2012 at 22:56

    gracias querido Jose Antonio: qué alegría saber de ti

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