Essays on reading Vila-Matas (II): Aire de Dylan.

En una ocasión califiqué a Enrique Vila-Matas de malabarista, le plus fin jongleur. En cuanto empecé a leer Aire de Dylan me vino a la mente que, como en casi todos los grandes, el mundo de E V-M se confunde con las fronteras móviles del circo, el teatro y la prestidigitación. En definitiva con el ámbito del juego, y en particular con el inquietante mundo de los juegos infantiles tan miméticamente cercanos con lo que Freud llamaba la “novela familiar”, o más concretamente “la novela familiar de las neurosis”.  De novela en novela, E V-M va tensando la misma cuerda, jugando con las mismas pasiones y obsesiones de siempre (la figura de la relación padre e hijo, hijo y padre y su imposible extensión a Barcelona, la ciudad/escenario, y a la patria cervantina, castiza o picaresca, y la proyección de ese trauma en la creación de ficciones, con su derivación histórica clasicismo/vanguardias, realismo/papanatismo literario).

Naturalmente lo decisivo es saber, no en el caso de E V-M, sino en todos nosotros, si ese juego serio nos aleja o nos acerca de la realidad. Kafka por ejemplo se pasó la vida creyendo falsamente que su escritura era una huida, y no cabe encontrar un tensionamiento espiritual hacia el centro mayor que el emprendido por el escriba de Praga a costa de su misma vida.

Un aspecto que me ha colpito, aunque no es nuevo, es la cada vez más radical oposición cine-literatura, imagen-palabra, rapidez-lentitud, éxito (aparente), fracaso (aparente o real) que E V-M va marcando a paso firme. En este juego de polaridades está la clave de la búsqueda de la realidad por parte del escritor.

 

No hace falta ser Gérard Genette, ni tampoco un lince, para darse cuenta de que Aire de Dylan es un ejemplo de manual del procedimiento narratológico llamado “mise en abyme”, lo que siempre que se usa bien significa que el escritor consigue, de algún modo, abrir una grieta en la imagen de la realidad, establecer una duplicidad de caminos ante el lector: a saber, en este caso, la poética que Vilnius establece en su conferencia de San Gallen (y más tarde en la de la librería Bernat) y la poética que la novela como tal revela en su propio desenvolverse. Al menos durante las primeras cien páginas ambas corren por vías separadas pero paralelas. Las preside la búsqueda del fracaso como fin literario, la prosecución fallida de que el lector abandone hastiado la escucha de un discurso que trata de ser, a propósito, lento, aburrido y de tan particular insignificante y hasta absurdo. ¿Lo consigue? ¿Logra Vilnius o el autor que el escuchante o el lector abandonen el reto antes de tiempo? En bastantes casos sí que lo logra Vilnius y no me extrañaría que el autor se hubiera dejado en la gatera en este caso los pelos de bastante lector que haya huido despavorido. Not me, certainly.

Sobre esa grieta estructural se abre el horizonte poético de la novela, y el lector que transita fascinado entre esos dos planos o facetas comienza a sentirse a gusto en un mundo hecho de interrupciones, de indiferencia, de escisiones, equívocos, incestos, volubilidades, inminencias. Un mundo débil metafísicamente hablando, que diría Vattimo. El lector sonríe con complicidad cuando, a la altura de la página 140, Vilnius habla de su curiosidad por la realidad última. Conste que he dicho sonrisa cómplice y no sonrisa irónica.

 

Durante varias decenas de páginas, a partir de las primeras cien, Aire de Dylan se conforma aún más intensamente como una (novela de) búsqueda: la búsqueda de la autoría de una frase (“Cuando oscurece siempre necesitamos a alguien”). Por algún motivo parece esencial conocer quién la gestó, quien es el Autor, la identidad personal que la produjo. Como el alma en el canto espiritual sanjuanista pide a las criaturas que le den una razón personal para tanto orden y belleza, Vilnuis indaga por todas partes inquiriendo un nombre; la propia frase tiene otros ecos de Juan de la Cruz (“A la tarde os examinará el amor”). Parece ser que por fin encuentra en Hollywwod a su hombre, gracias a un guionista superviviente de la película en la que se pronunció la frase, es el Patriarca Harlem, el padre del último mohicano que quedaba y que como Dios en la creación del mundo pasaba por allí y dejó esa perla en passant. Como el fiat divino, la frase puede ser un signo de la realidad última que explica y da sentido a todo lo demás. De nuevo aparece en la obra la referencia al padre, y al hijo, y de nuevo a la sombra de una referencia clásica:  el libro del Eclesiastés en el que se encuentra la terrible sentencia inmovilista (Nihil novum sub sole) según la cual en la vida humana novedad es sinónimo de locura. Nada nuevo habrá nunca bajo el sol, todo está ya dicho y descubierto. Pero, a ver, ¿qué tendrá que ver una cosa con la otra? ¿Qué significan todas estas referencias inútiles? Vilnius se lamenta en un momento dado de los embates que su padre le envía de ultratumba, y que son la repetición eterna de lo que ya le transmitió en vida, con el fin de anularle como ser creativo y libre: “ya ves, deseabas ser auténtico para diferenciarte así de mí, deseabas librarte de mi sombra, pero ni siquiera ahora, exánime como estoy, voy a permitir que tengas un estilo único, un estilo propio y que encima disfrutes del estúpido orgullo de sentirte único, faltaría más” (132). El Eclesiastés es la primera (quizás también la más radical y perfecta) gran expresión del conflicto generacional que llega por ejemplo hasta la famosa canción de Cat Stevens (Father & Son) y sin ir más lejos también hasta este libro. Salomón en toda su sabiduría escribe un especie de desarrollo, más práctico que teórico, de lo que es el sentido de la vida. En suma, nada. Vanidad de vanidades, humo, mera ilusión. Al comentar Qohélet, Nietzsche dijo aquello de que la vida necesita no-verdades para poder ser vivible. ¿Irrealidades, mentiras, ficciones, arte? Todo eso sí. Salomón o quien fuera el predicador que escribió aquellos sombríos pensamientos no razonaba así, y dejó un versículo especialmente duro sobre el arte literario: “Guárdate hijo mío de añadir nada (al libro); componer muchos libros es un sinsentido sin fin y el demasiado estudio agota al hombre”. Toma. El drama desde entonces está servido. ¿Pero, definitivamente, tiene esto algo que ver con la obra de E V-M? No lo sé. Tiene que ver con la lectura que yo hago de ella. Pechmann, el último guionista, el hijo del Autor de la frase confiesa con expresión de Kafka que desde que tenía uso de razón había gastado sus fuerzas en la afirmación espiritual de su existencia. Y también me ha llamado la atención, a la altura de la página 150, el hecho de que el narrador primario (el que comienza yendo a San Gallen a hablar del fracaso y escucha fascinado a Vilnius) confiesa de algún modo que él, como el alma para Aristóteles, es en cierto sentido todas las cosas y todas las situaciones del libro. No hace nada pero sin él nada tendría sentido. Ese narrador es indispensable. Una especie de detective metafísico.

 

Voy descendiendo por la última parte de la novela como si fuera una pista blanca de esquí o una ola de surf. Me parece que la cosa, como a mí me gusta, comienza a materializarse, va a pasar de la teoría a la práctica. Empiezo a verles las venas a los personajes. Empiezo a sentir que tienen un corazón de carne y no de papel. No puedo explicar como me sentí, cuando más a gusto y relajado estaba, al leer de repente estos párrafos:

Fue una alegría para Vilnius descubrir que Débora parecía leerle el pensamiento. A la una y veinte de la madrugada, cuando la noche estaba más tierna que nunca, Débora, sin venir a cuento, le advirtió a Vilnius que la presencia, física o imaginaria, de una tercera persona siempre les iba bien a los enamorados.

Vilnius le dijo que no entendía de que le hablaba. Es una presencia, dijo ella, que a los enamorados les hace sentirse más satisfactoriamente solos. ¿Dices que más satisfactoriamente?, pregunto él. Las historias de amor, dijo Débora, tienen cualidades triangulares, es más, oí comentar alguna vez que para que haya dos amantes es necesario un tercer elemento, y ese tercer elemento podría ser la propia idea de encontrarse enamorado.
¿Es posible enamorarse sin esta tercera presencia, sin este testigo del amor? Sin ese tercer elemento no creo que pueda haber amor entre dos- concluyó Débora. (Enrique Vila-Matas, Aire de Dylan, págs. 215-216).

Alucino. Yo he escrito, en la parte aún inédita de mi novela, esas mismas frases. Tan parecidas que voy a tener que cambiarlas. Me acusarán de plagio. Mala suerte. Lo que más me impresiona es ese “sin venir a cuento”. Las frases son la radiografía de mi novela, del conjunto de las siete historias y las pronuncia Jacob en un momento muy concreto. Me alegra desde luego la confluencia. En la parte ya publicada escribí esto, que no es lo mismo pero que está en una longitud de onda similar.

Ya que tú has intentando (sin conseguirlo del todo) ser sincera, voy a hacer el esfuerzo de serlo yo también, por una sola vez. Me voy a desnudar ante ti. Voy a intentar descender a lo más íntimo de mí mismo y decirte lo que pienso realmente de todo este instante de unión que hemos mantenido. No es del todo correcto decir que no hay nada. No. Sí hay una cosa, siempre. ¿Sabes qué? Hay una tercera persona, que orienta las relaciones en la buena dirección. Esa es la verdad. Entre tú y yo ha estado siempre presente mi mujer. Entre mi mujer y yo has estado tú presente, y eso me ha servido para darme cuenta de lo mucho que la quiero a ella. La tercera persona. En toda relación hay que buscar siempre a la tercera persona. Es el único camino, la verdadera vida. Por eso yo solo espero que tú también la hayas encontrado. Tú me has dicho que si hubieras querido, si me hubieras llamado, yo lo habría dejado todo por ti. Tú, que eres para mí la tercera persona. Es lo único en lo que te equivocas. Habríamos confundido, por un instante, el amor con su sombra.

Antes te he dicho que lo último es lo primero, pero la verdad es justamente la contraria: lo primero es siempre lo último. Me ha hecho falta todo este tiempo para llegar a esta sencilla verdad. Y no la habría alcanzado por mí mismo, aunque ahora me siento profundamente reconfortado con su presencia. (Álvaro de la Rica, La tercera persona, págs. 98-99).

 

Recuerdo haberle escuchado a Alfredo Bioy que para él escribir había sido agregar una estancia a la casa de la vida. No obstante, con demasiada frecuencia, esa habitación propia se convierte en una cámara oscura, en una sala de los horrores que nos aísla y nos aleja de la vida y de los demás. En ella, que no es necesariamente física, la imaginación urde una realidad  a partir de la cual otra parte de la misma parece irreal o falsa, cambiante, fugaz y deprimente. Ese fue uno de los grandes temas de la modernidad literaria, desde Rimbaud para quien el yo era otro hasta Kafka que opuso de manera irreconciliable escritura y vida. No se trataba en absoluto de un tema original ni nuevo, lo habían teorizado los griegos a partir de los egipcios y de los pueblos semitas. El ser humano tiene no sólo un cuerpo y un alma divorciados sino directamente dos almas, simbolizados en los dos caballos platónicos que corren en direcciones opuestas a la Idea. El hombre es un ciego ante la luz, y el ciego por excelencia ha sido siempre el poeta, un ser orillado y perdido en el bosque, un fracasado incapaz de dirigir su vida. Sólo desde la inspiración, desde el recurso al aire, la vuelta reaccionaria a los principios se puede respirar y atisbar la Idea, acceder a ese irreductible reino de lo real que se esconde detrás de la puerta de la Ley custodiado no por uno sino por varios pelotones de fusilamiento. Por eso dijo Guillén que lo importante es el aire, y Chillida siguiéndole de cerca trabajó inspirado para crearle al aire un espacio transparente en el que alentar con su presencia ausente y vivificadora. Todo estaba ya en título, “Aire de Dylan”: aire de Kafka, aire de Duchamp, aire de Vilnius el ágrafo, aire de E V-M. Pero a mí que soy lento e inseguro me ha costado meses darme cuenta de lo que tenía delante.

5 Comments Essays on reading Vila-Matas (II): Aire de Dylan.

  1. Alegría 05/12/2012 at 09:14

    Quizá el punto de partida y el destino, no estén tan alejados…no sé… es un tema que medito contínuamente…

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  2. inés de la rica 06/12/2012 at 09:42

    me ha gustado mucho tu blog!!!!!!!

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  3. Álvaro de la Rica 06/12/2012 at 09:47

    gracias Alegría
    gracias Inés, qué ilusión me ha hecho que me escribas también por aquí

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  4. Anita Noire 09/12/2012 at 06:14

    Leí tu novela depués de la de EVM y confieso que me fuí a las primeras páginas para ver la fecha de edición (aún sabiendo que no me serviría de nada) y pense, equivocadamente con toda seguridad, que tu novela “la tercera persona”, era una especie de continuación, desarrollo de la idea apuntada por Vila-Matas.Sabiendo ahora que no lo es, me parece mucho más extraordinaria la coincidencia y, por supuesto, cobra otra dimensión tu novela que, reconozco también, leí dos veces con un lapso entre ambas veces de meses. Se clavaba como un puñal.

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  5. Álvaro de la Rica 09/12/2012 at 22:58

    ¡Gracias A.N!
    ha sido más que una coincidencia, una confluencia
    gracias por el interés por la TP, un abrazo fuerte

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