Non-fiction

Mientras la gente se la pasa desgranando las cuentas del rosario catalán, yo prefiero dedicarme a leer ensayos, muchos son los que se publican estos días o semanas de ya muy cargante encono nacional-nacionalista. Me limito a presentar los seis que me han interesado más, por orden inverso de su aparición, o sea de mi lectura, en los últimos meses. He frecuentado, muy despacio, con mucha atención, el deslumbrante escrito de Niklós Szentkuthy, Leyendo a San Agustín (Ediciones del Subsuelo, 2014) en traducción del húngaro del siempre admirable escritor Adam Kovacsics. Me había quedado con el nombre de ese autor tras la lectura de su libro sobre Casanova, publicado por Siruela en dos volúmenes. No comparto la afirmación de que San Agustín aquí es un mero desencadenante de la prosa: no, como buen lector, Szentkuthy hace un esfuerzo ímprobo por escuchar el mensaje del santo de Hipona. Y es por eso por lo que es capaz después de confrontarse con él, en un dialogo que se sitúa a un tiempo in caelo et in terra. Lectura ejemplar, plena de empatía por el santo que tanto luchó, como lo hiciera después su interlocutor, contra toda forma de desequilibrio espiritual, de falta de una libertad que, ante todo, siempre debería ser libertad interior. Más religión (pocos parecen enterarse de que Dios es el gran tema humano): Trotta ha publicado, en otra edición impecable, La vida sobre una columna (2014), en este caso a cargo de José Simón Palmer, un verdadero sabio experto en asuntos del mundo bizantino, las vidas de Simeón Estilita (escrita por su discípulo Antonio) y la de Daniel Estilita (de carácter anónimo). Resulta de todo punto incomprensible que los monjes siríacos respondieran a la Gracia divina de la salvación encaramados a una columna en punta (stylos) de la que no se bajaban casi, expuestos a las inclemencias del tiempo, a ayunos devoradores, manteniéndose de pie (stasis) a muchos metros del suelo, haciendo frente al vértigo y a la incomodidad de la falta de espacio hasta para dormir. Se dedicaban a resistir rezando con el cuerpo: Simeón, fundador de la práctica, pasó en tales condiciones solo cuarenta años. La sobrexposición (la fama de los grandes santos estilitas, por el rigor de sus vidas, se extendió desde el Bósforo al finis terrae) tuvo la consecuencia de que aquellos ascetas se irguieron como auténticos faros de orientación para todos, desde Emperadores hasta el pueblo más humilde que acudían a sus pies para solicitar su intercesión (ante los Emperadores que los veneraban e incluso ante Dios). Existe una conexión entre el desapego del monje respecto de sí mismo (de su salud, de su tiempo, del punto de referencia que es el suelo terráqueo) y su función social, gracias a la cual el cristianismo echó raíces en esa parte del mundo. Un tercer ensayo, titulado El profundo de la nada (Instituto Fernando El Católico, CSIC, 2014), expresión tomada de la Guía espiritual del místico Molinos, nos habla de otra forma de desapego que, por su sola mención, “el desapego de Dios”, nos deja de entrada llenos de curiosidad intelectual. Se trata de llegar a Dios despegándose de él, absolutizándose uno, o ni eso, ya que previamente a ese desapego mayor hay que realizar el propio desapego. Parece un juego de palabras, pero no lo es. Al contrario, como dijo en cierta ocasión Peter Handke la mística es la física del alma, y hasta el tuétano de la misma realidad espiritual ha descendido Jesús Ezquerra Gómez en un libro bellísimo sobre Miguel de Molinos en el que – un logro tan difícil como admirable– el discurso sobre Dios no está sujeto a la frontera filosofía-teología. Recomiendo vivamente el capítulo final (El suicidio de Dios en el místico) y el cuarto, Dios humanado, en el que se describe la siempre viva disputa acerca del valor redentor del sacrificio de la Cruz: entre quienes le otorgan un valor de medio y quienes (mediante la devoción y el modo de vida) lo convierten en una suerte de fin. En este contexto puedo hablar de las meditaciones que acaban de publicarse con el título Él nos amó primero (Cristiandad, 2014) del recientemente fallecido Juan Bautista Torelló, quien fuera párroco de la Iglesia de San Pedro en el centro de Viena. Reconozco el talante a la vez liberal y radical de mi amigo, con el que hablé horas que me parecieron minutos, no en todas pero sí en algunas de sus afirmaciones: “No merecemos nada en absoluto. No solo Dios, sino cada hombre, cada criatura puede prescindir de nosotros” (p. 97). De nuevo el desapego (en este caso el que Dios podría infligirnos) y la distancia o indiferencia de los demás. Y con ella no ya la nada mística sino la más fría y dolorosa soledad. Juan Bautista, psicólogo de formación, sabía bien de lo que hablaba. Si leemos atentamente la última meditación (De camino hacia el cielo o hacia el infierno) comprobaremos que está hablando directamente del Infierno.

Y del cristianismo paso, en un salto hacia atrás o hacia adelante, al mundo de nuestros hermanos mayores: el judaísmo, para dar noticia de dos ensayos no menos extraordinarios. El primero lo escribe Amos Oz junto a la historiadora del derecho israelí Fania Oz-Salzberger. Se titula Los judíos y las palabras (Siruela, 2014), y es un intento de recorrer algunos hitos de la relación que el pueblo hebreo (en su constitución, en su historia, en sus principios vitales) ha mantenido con la palabra. Veo que está traducido por el matrimonio Abecasís, reintroductores en España entre otras de la obra de Singer (este recuento se parece, cada vez más, a un libro de amigos). Yo leo este ensayo, cómo no, en continuidad con lo que los libros ya mencionados exploran: la relación de ida y vuelta entre Dios y el hombre, el hombre y Dios. Y encuentro, nada más abrirlo, este doble motto: “Qué extraño, de la parte de Dios, elegir a los judíos/ No tan extraño: los judíos eligieron a Dios”. A partir de ahí, más desde la perspectiva cultural que desde la religiosa (si es que esto es posible en el caso del hebraísmo), Oz y su hija Fania van desgranando un sinfín articulado de cuestiones en torno al valor de la palabra (hablada pero fundamentalmente escrita). Destaca a mi juicio el análisis perspicaz y divertido que, partiendo de El Cantar de los Cantares, realizan en el capítulo segundo (Mujeres con voz) acerca de la presencia de la mujer en la tradición hebraica. Una de esas mujeres, en un tiempo diferente, fue Hannah Arendt, judía y a la vez rebelde como la que más, de la que por fin podemos leer, en edición de Trotta (2014), Más allá de la filosofía. Escritos sobre cultura, arte y literatura, un conjunto heterogéneo de escritos de la autora en buena parte inéditos aún en nuestra lengua, entre otros algunos tan relevantes como el obituario dedicado al poeta Auden y publicado en The New Yorker o el espléndido estudio que firmó junto a su primer marido de las Elegías de Duino. Hay mucho material en este libro, y se trata de un material de primera, pero no me resisto a transcribir la pregunta retórica que se hace la autora de Los orígenes del totalitarismo en su escrito sobre el más grande poeta inglés de su siglo: ¿Acaso no fue Auden el que modificó el Cogito ergo sum de Descartes al describir al hombre como la “criatura despistada” que dijo “soy amado luego existo”?.

4 Comments Non-fiction

  1. Nombre (requerido) 18/11/2014 at 11:34

    Soy lector habitual del blog, que es admirable.

    Por eso me da vergüenza advertirte de un pequeño error: no es “infringirnos” sino “infligirnos”.

    Lo siento, manías que tiene uno…

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  2. Álvaro de la Rica 18/11/2014 at 11:55

    pues ninguna vergüenza

    ya está corregido

    y muchas gracias por señalármelo, y por tu elogio que desde luego
    aprecio

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  3. Jesús Ezquerra Gómez 25/11/2014 at 11:14

    En efecto, “No merecemos nada en absoluto”. Por eso, encontrarse citado en compañía de Amos Oz, Hannah Arendt o Niklós Szentkuthy nada menos que por el autor de Kafka y el Holocáusto es un regalo que casi me hace sentirme culpable. Gracias, Álvaro, por encontrar mi libro, por leerlo y sobre todo por haber captado su sentido. Un fortísimo abrazo.

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  4. Álvaro de la Rica 25/11/2014 at 12:12

    Se trata de un libro excepcional, Jesús, por su claridad, por su ambición, en un sentido muy auténtico porque es humilde y no se impone al lector, exactamente lo que me gusta a mí leer. Y los comentarios en la bibliografía, también de primera, han orientado mi lectura de Molinos de un modo que ojalá que uno pudiese encontrar para otros autores de su importancia.
    Por lo tanto, gracias a ti.

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