Otra conversación frente a un gin-tonic
-Lo siento pero a mí no me gusta lo clandestino.
-A mí tampoco.
-Entonces me estás pidiendo algo imposible.
-¿Por qué?
-Porque se va a complicar todo, si no cambias de actitud y no aceptas la realidad.
-La realidad no me queda más remedio que aceptarla.
-¿Entonces?
-Entonces, ¿qué?
-Que me pones entre la espada y la pared y la verdad es que no sé qué quieres que haga.
-Sólo quiero que me comprendas y que no te enfades conmigo.
-No me enfado pero no estoy segura de comprenderte.
-¿Qué es lo que no comprendes?
-Tu incapacidad para aceptar que no puedes ser el centro de todo.
-No lo pretendo pero creía que compartíamos algo.
-¿Y no lo compartimos?
-No como antes.
-Nunca nada es como antes, las cosas cambian y nosotros también cambiamos.
-Yo no he cambiado respecto a ti.
-¿Y yo?
-Tú estás ya ailleurs, en otra parte.
-¿Y no te alegras?
-La verdad es que no. No soy capaz de hacerlo, al menos por ahora.
-Entonces es que no me quieres lo suficiente.
-A mí me parece que es justo todo lo contrario.
-Creo que estás cayendo en un solipsismo.
-Explícate por favor.
-Tu razonamiento se encierra solamente en ti, en un solus ipse.
-Vaya, ahora te has puesto filosófica.
-¿Te molesta?
-En absoluto. Es lo que me atrae de ti precisamente. La capacidad que tienes de comprender situaciones difíciles y contradictorias. O sea la confusión en la que vivimos instalados.
-Sobre todo algunos…
-Tú y yo nos movemos bien en ese terreno limítrofe.
-No estoy segura de que me interese mantenerme ahí por más tiempo.
-A eso me refería cuando te decía que has cambiado.
-Volviendo a tu tendencia al solipsismo, no te das cuenta de que ha sido una manera indirecta de decirte que eres un egoísta.
-Ahora me atacas por ahí.
-Por supuesto, para ti la vida consiste en apaciguar todo lo que no conduzca a tu felicidad.
-No sé si te entiendo.
-Te lo voy a decir más claramente: creo que en el fondo sólo te mueves por un gigantesco amor a ti mismo, selbstsucht, un inmenso amor propio que adopta la formas destructivas de la suficiencia y de la arrogancia.
-Me dejas planchado.
-Lo siento. No me lo tengas en cuenta. Estoy muy cansada y seguramente no me he expresado bien.
-Te has expresado con una precisión y una energía admirables.
-No exageres.
-Te lo juro.
-A lo mejor es que te he dicho algo verdadero.
-Pero lo has dicho con una precisión fría.
-Eso es porque te quiero.
-Pues vaya forma de demostrarlo.
-No se me ocurre otra forma mejor.
-Pues a mí se me ocurren varias.
-Ya estamos con lo mismo de siempre.
-Por supuesto, reconocerás que es más agradable.
-Te he dicho que estoy cansada. Me empieza a aburrir esta conversación.
-Pues no hablemos…
-Lo mejor es el silencio
-Después de tus palabras, no es posible el silencio
-Sí … (Entonces me acerca un dedo a los labios como queriendo cerrármelos)
(Alex Katz, White Hat, 1990)