Ayer ha muerto en Madrid Leopoldo Alas. Y lo siento. No le conocí personalmente. Lo siento, también. Tenía unos pocos años más que yo, muy pocos. No me gustaba su poesía. No diré porqué, no es el momento. No estaba de acuerdo con él en aquello que seguramente fue, junto a la literatura, la gran pasión de su vida: el erotismo y el homoerotismo. O quizás en el fondo, sí lo estaba. No lo sé, la verdad. Fue el más combativo, el más tenaz, el más convencido.
Le escuchaba en la radio de madrugada. Tenía un programa en Radio Nacional, titulado “Entiendas o no entiendas”. No fue acertado ese nombre, al menos en el sentido de que no reflejaba su ethos más profundo, en el que no cabía ni de lejos el menor dogmatismo. Lo escuchaba a pesar de que creo que se equivocaba en lo fundamental. A veces, en pleno programa, pensaba que él tenía razón y que yo me equivocaba. A mí me gusta entrar en el terreno de lo que no sé y de lo que no pienso. Al fin y al cabo no sabemos casi nada. Me gusta hacerlo cuando las personas son valientes y libres, honestas intelectualmente. Leopoldo Alas lo era. ¡Cuando pienso en el modo en el que trabajaba! Como hacía sus programas, con que profesionalidad y con que ternura. Tenía una voz maravillosa (no la olvidaré nunca) y me hubiera gustado ser amigo suyo. Estoy cierto de que lo hubiéramos sido y mucho, de habernos conocido. No nos separaba tanto. ¿O sí? Yo creo que no hay separación y que coincidíamos en que lo importante es el amor. Oiga, ¡póngale Ud. algún apellido a eso! Pónselo tú, yo me quedo con los nombres. No habíamos quedado que es un problema de conciencia. Pues eso, de conciencia, y nada más. Un misterio. El misterio de la Ley(la que salva a los oprimidos y a los que sufren, de la que habla Isabel en el Magnificat) y de la recepción del hombre en la Ley.