KAFKA: CORRESPONDENCIA INFINITA

Las cartas de Kafka pertenecen al ámbito más privado e íntimo que quepa imaginar. En ellas desciende decididamente a los más tenebrosos círculos del infierno en que la existencia consistió para él (Carta 589). Tanto más las que escribe a su prometida Felice Bauer y que constituyen el centro y la sustancia del epistolario de estos años. Más de seiscientas misivas remitidas a una joven con la que apenas estuvo un puñado de veces pero que se convirtió para él – nadie sabe a ciencia cierta porqué, y menos después de leerlas –¬ en la destinataria de la explicación pormenorizada del drama de su vida. Teniendo en cuenta que ese núcleo, que se desarrolla a placer en las cartas, tiene que ver específicamente con lo que la literatura significa para él, la correspondencia Kafka-Bauer traspasa la dimensión privada para convertirse en una fuente principal de interpretación de su obra (En El otro proceso Elías Canetti lo vio antes que nadie) Aún más allá, las cartas son un auténtico tratado acerca de eso que denominamos “lo kafkiano”; la correspondencia de Kafka entra de lleno en la antigua tradición de la epístola latina en la que se desarrolla teórica e intelectualmente un tema en forma de carta: como en Horacio, en este caso el tema no es otro que el misterio de la creación poética.
De las cerca de ochocientas cartas que incluye el volumen, más de tres cuartas partes se dirigen en efecto a Felice, una joven berlinesa a la que Kafka conoció en el mes de agosto de 1912 en casa de los padres de su amigo común Max Brod. Kafka trabajaba desde hacía un lustro como asesor jurídico de un instituto de previsión de accidentes laborales. Dos años atrás ha comenzado un diario íntimo, espejo sin duda de las cartas a Felice. Ha publicado algunos fragmentos de historias en una revista y está a punto de sacar su primer libro. Ha conocido por entonces el teatro de los judíos de Europa oriental por el que se siente fascinado. De su familia recibe dos tipos de presiones, a cual peor: la primera la de que se case (tiene casi 30 años) y la segunda la de que se deje de ensueños y de llevar la vida fácil de un funcionario y se meta a fondo en los negocios que su padre por entonces está a punto de acometer. ¡Es el primogénito y el único varón de la familia! Él se desespera ante semejante panorama. Desde hace tiempo, secretamente, vive solo para escribir y está decidido interiormente a alejar de su vida todo lo que pueda apartarle de su único fin. “Quería firmar poniendo «tuyo» – le escribe a Felice en una de las primeras cartas–. Pero nada sería mas falso. No, mío soy y estoy eternamente ligado a mí, y así he de intentar arreglármelas” (Carta 289). Ser mío equivale en Kafka a ser-para-la-escritura. Del callejón sin salida que implicó la relación (epistolar) con Felice salieron inmediatamente La condena y La metamorfosis. Después vendrían las demás obras, las esenciales, enraizadas en la misma espinosa maleza.
No quiero dejar pasar la ocasión de celebrar con los lectores el hecho de que aparezca el cuarto volumen (quedan más) de la edición de las Obras completas en español. Y que lo haga con el cuidado con el que los editores (Tarrida, Llovet y Echevarría) han tratado una vez más este valioso material. Proyectos como éste nos colocan al nivel que los dos o tres países más desarrollados de Europa. Ojalá pudiéramos siempre decir lo mismo. Además de la tenacidad de los editores, merece mención especial Adan Kovasics, el traductor: qué conocimiento, precisión y claridad, de verdad que estamos leyendo a Kafka.

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