John Berger,2

¿Se parecen las nubes del óculo al olvido?, pregunta John Berger (en la foto) a su hija Katya, al comienzo de su diálogo, en la performance del Prado. Por más vueltas que le doy, no consigo entender el porqué de ese inicio que, a todas luces, parece elusivo o elíptico. “Por dónde empezar…/Hablemos del olvido/¿Es el olvido la nada?/No. La nada no tiene forma y el olvido es circular”. Berger pregunta tímidamente, como con miedo a reabrir viejas heridas familiares. Katya responde con la falsa seguridad de la víctima. A ver, el olvido, como dijo Borges, es la meta, ¿no? Lo que queda del hombre, junto con los vermes, dice también el poeta ciego en su poema La prueba. Aquí aparece en cambio como un punto de partida. ¿Por qué? El final es el principio. Para comenzar un diálogo, acaso hay que partir del olvido de algunos dolores. Del olvido y el perdón. “Ya somos el olvido que seremos…”, me recuerda atinadamente Lauren Mendinueta, en un comentario pesimista a la entrada anterior. Oblivion, ambos utilizan en su diálogo la palabra oblivion. Qué bella palabra inglesa, de origen latino. ¿Notas cómo declina el sonido, cuando la pronuncias, cómo se va apagando el sonido en la última sílaba? En un momento dado, Katya dice que “oblivion is survival”. La elección inconsciente de que sólo lo esencial subsista. Imposible no ver en ese incipit un kyrie y un confiteor, un meaculpa y un acto de reconciliación con el padre, y por ende consigo misma. Un acto de voluntad de perdón. En la literatura latina (Séneca, Lactancio, Livio), el olvido se ha asociado a menudo con el agua: aqua oblivionis, oblivionis fluvius, flumen Oblivio, Léthe. El agua de la vida que fluye es el agua bautismal del perdón, el agua del olvido, la meta, lo que quedará al final. Quedéme y olvidéme/el rostro recliné sobre el amado/cesó todo, y dejéme/dejando mi cuidado/entre las azucenas olvidado (Noche Oscura). De nuevo las azucenas blancas del perdón y el abandono. El olvido no sólo se opone a la nada, sino que tiene que ver con la presencia, con la actualidad que hace posible un diálogo como ése que tuve la ocasión de presenciar, un reencuentro de amor entre padre e hija, hija y padre. El niño es el padre del hombre (Wordsworth). Yo lo he sabido desde el mismo instante en que vi a mi hijo Álvaro, segundos después de nacer. Tómatelo en serio, pensé. Es tu hijo, pero también es tu padre. Victoria, mi hija mayor, con dos años, me abrazaba y yo no podía distinguir quién era el padre y quién era la hija. Así ha seguido siendo, casi veinte años después: ayer se fue de viaje y experimento un doloroso agujero en el estómago. Como cuando llegaba yo a casa del cole y no estaba mi madre esperándome. “El olvido es circular” señala Katya sabiamente en su texto. Como el gesto reflexivo de la Pietá: figlia dil tuo figlio. Como la Trinidad. Pero hay un aspecto del olvido que resulta más que inquietante. Y es que uno puede ahogarse en el río del olvido, y morir en efecto: the death by water. Cuando el olvido, más que circular, es lineal, más que en algo perfecto consiste en un defecto de la memoria. Entonces, ser olvidado es exactamente lo mismo que ser preterido. Quién bien ama, tarde olvida. Y sin embargo, ¡cuántos olvidos! Hace dos días, una persona me escribía que entendía que le había olvidado. O sea, que le había preterido. Me he pasado dos días hecho polvo, examinándome a mí mismo. Naturalmente no es así: lo curioso (el olvido es circular) es que yo tengo idéntica sensación respecto de esa persona queridísima. El olvido y la preterición son inquietantes porque no los dominamos, porque no siempre vienen precedidos del perdón, porque queremos seguir siendo nosotros mismos quienes protagonizamos las cosas de nuestra vida. Bastaría con dejarse llevar, con suspender el juicio, con empaparse del agua bendita del olvido. Los Berger lo han conseguido y me dan una envidia que no acierto a describir (por cierto me fijé que la hija, rompiendo la estricta linealidad de la filiación, llamaba a su padre por su nombre de pila). Yo, lo reconozco, tengo una propensión enfermiza a sentirme preterido y olvidado por aquellos a los que quiero de verdad (y tal vez es la vía por la que hago lo propio con gente que se merecía mucho más de mí; es una forma bastante darwiniana de sobrevivir yo, matando al prójimo). Creo que ahora entiendo un poco el porqué de ese incipit. He necesitado escribirlo, ¿cómo no? Al fin y al cabo, para que se escribe si no es para ir de lo ignoto a la luz sobre algo. La luz blanca que impide el olvido y que permite la supervivencia moral, en un mundo en el que unos a otros nos preterimos con demasiada facilidad y ligereza. Al fin y al cabo, como dijeron varias veces los Berger en su magnífico diálogo: Todos somos todos.
Para terminar, cuando salí de la performance, entusiasmado, tomé una decisión moral importante. Luchar, como Jacob, con el ángel cuya cercanía había sentido, por detrás de mi hombro, toda esa tarde. Al cabo de dos días me di cuenta de que me había equivocado. Pero eso lo contaré, tal vez, más adelante.

13 Comments John Berger,2

  1. Zina 19/02/2010 at 11:26

    I seek the silence undoing me.

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  2. delarica@unav.es 19/02/2010 at 11:29

    If I were you, I would keep on it, thoroughly

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  3. Belnu 19/02/2010 at 15:32

    Thank God men have done learned how to forget quick what they aint brave enough to try to cure, Faulkner

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  4. Alexis 19/02/2010 at 16:28

    Es curioso que en griego la palabra para expresar el concpeto de 'verdad' es 'aletheia' que etimológicamente significa lo contrario del olvido (a – lethe, siendo 'lethe' derivado de Lethaios, o Leteo, el legendario río del olvido…) Verdad, entonces, sería aquéllo que no hemos olvidado, aquéllo que hemos logrado salvar de las ruinas del 'oblivion' (derivado también del verbo latino 'obliviscor'). Me aferro a mis griegos y latinos también para no olvidar, que sería una forma de permanecer fiel a la verdad…

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  5. delarica@unav.es 20/02/2010 at 19:54

    Gracias por este comentario, que apunta a cosas de verdad esenciales. Supongo que no es éste el sitio para matizar, y sin embargo que necesario es hacerlo siempre. Aferrarse a algo, desear no olvidar, creerse fiel, salvar de las ruinas, son expresiones que me resultan ajenas, por lo que tienen de activas, de heroicas. Yo prefiero abandonarme. Telegráficamente: caer en el río del olvido es algo que nos acompaña siempre: somos, querámoslo o no, unos desmemoriados. Aunque salgamos de esa situación, si es que salimos alguna vez, llevamos el sello del olvido. Platón (Menón) advierte del riesgo de olvidar esto: o sea de plantear el acceso a la verdad como un técnica (como una mnemotécnica, más concretamente). Eso es retórica, sofística, autosuficiencia. Magna vis est memoriae, dice Agustín en el capítulo X de las Conf. Pero también dice inesse oblivionem in memoria mea. es posible recordar que se ha olvidado algo, es la condición paradójica de la memoria humana. Por eso, no se sale del olvido (hacia la verdad) sino desde el olvido. No se vive vida humana si no es mojándose, cayendo de lleno en la imperfección. El encuentro con la verdad, el caer en la cuenta, se transforma entonces en un acontecimiento, en un resplandor, un reencuentro, una resonancia: la belleza, antigua y nueva, que estaba más dentro de nosotros que nosotros mismos, a la que accedemos olvidando que habíamos olvidado.

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  6. Alexis 22/02/2010 at 01:11

    (1)

    Al contrario, De la Rica, gracias a Ud. por haberme incitado, con su 'post' sobre el 'performance' de los Berger y la memoria, a esbozar una mínima reflexión filológica sobre los conceptos del olvido y la verdad, en la que finalmente planteo que la verdad es el no-olvido, esto es, la memoria. En el fondo de mi intuición palpita un sustrato platónico que Ud., tan perspicaz, ha identificado, si bien con matices que no puedo, ni mucho menos, compartir. Habla Ud. de la necesidad de matizar y no puedo estar en mayor acuerdo. Si es este o no el espacio para hacerlo es consideración que no debe preocuparnos; después de todo estamos en el espacio virtual, espacio que no es espacio…

    Hoy me siento con ganas así que recojo, gustoso, el guante del matiz que tan generosamente Ud. me ofrece.

    Tiene Ud. razón, somos “unos desmemoriados” por naturaleza. Y ya que cita Ud. al Platón del Menón, permítame hacer lo propio con el del Fedro, donde el filósofo nos lo recuerda con su doctrina de la reminiscencia (anamnesis) cuando afirma que por razón de habernos encarnado en esta sustancia vil y corruptible que llamamos cuerpo, en este mundo material y sensible del devenir, de las apariencias, hemos olvidado lo que habíamos sabido y contemplado en el “país de lo alto”, ese tópos ouranós, lugar celeste, reino del Ser, donde habitan, por siempre jamás en su perfección inmutable, las Ideas.

    Dice en el Fedro: “[…] el hombre debe realizar las operaciones del intelecto según lo que se llama idea […] Y esta representación es una reminiscencia de aquellas realidades que vio antaño nuestra alma, que mientras acompañaba en su camino a la divinidad, miraba desde arriba las cosas que ahora decimos que “son” y levantaba la cabeza para ver lo que “es” en realidad.” (249c-250b)

    El Fedro constituye un acicate para animarnos a aprender a adquirir la virtud, a conocer-la, que, en puridad platónica, no es sino re-cordar-la: volver a conocer lo aprendido y olvidado. Conocer en Platón es re-conocer, en un movimiento que asume dos pulsaciones simultáneas: por una parte, reconocer que se ignora (o que se olvida, lo que para el Sócrates de la Apología (23 b) y la Diotima del Banquete (203 e-204 c) ya comienza a ser sabiduría), y, por otra, espoleados por esa carencia, ir en pos de volver a (re) conocer. Por cierto, esa carencia da cuenta también de nuestro Eros o deseo: vamos en pos de lo que carecemos, buscamos lo que no tenemos…

    No obstante, el mismo diálogo plantea que recordar (anamimnesco) no es tarea fácilmente realizable: “Ahora bien, el acordarse por las cosas de este mundo de aquellas otras no es algo fácil para la totalidad de las almas; no lo es para cuantas vieron entonces por corto espacio de tiempo las realidades de allí; ni tampoco para cuantas tuvieron la mala fortuna en su caída a este mundo de ser desviadas por ciertas compañías hacia lo injusto, llegando a olvidarse así de los santos espectáculos que habían visto en su día. Por ello son pocas las que quedan con suficiente poder evocador.”(Ibid)

    (Sigue)

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  7. Alexis 22/02/2010 at 01:13

    (2)

    La dificultad casi ontológica de recordar, empero, no significa que haya que abandonarse a las aguas del Leteo sin consuelo o derrotados por nuestra poquedad moral o insuficiencia memoriosa. El que así lo hace, bien por él, es su prerrogativa (“Yo prefiero abandonarme. Telegráficamente: caer en el río del olvido es algo que nos acompaña siempre: somos, querámoslo o no, unos desmemoriados”, escribe Ud.). Pero el que desea abrevar en las aguas de Mnemosyne (memoria), como yo, para recordar y para saber pues, como dice Hesíodo, Mnemosyne, madre de las Musas heliconíadas, sabe todo lo pasado, lo presente y lo porvenir, y es “olvido de las desgracias y tregua de las preocupaciones” (Theogonía 96-129), no incurre en retórica nemotécnica y autosuficiente ni en activismos heoricos; antes bien se entrega a la esperanza de conocer y saber mediante la poiesis porque saber es re-cordar. Ser naturaleza encarnada y caída (“No se vive vida humana si no es mojándose, cayendo de lleno en la imperfección.”) no obsta para aspirar a la trascendencia, y lo digo desde un punto de vista estrictamente laico y secular. Trascendencia estética, trascendencia ética, aun a pesar de la brevedad, precariedad, y desmemoria de la vida. Hipócrates nos dijo que el arte nos permitía sobreponernos a esa circunstancia de la vida para eternizarnos en la belleza de la obra lograda (“Ars longa, vita brevis”) que es lo mismo que Horacio, exaltado, cantó en su Oda XXX: “non omnis moriar multaque pars mei/ uitabit Libitinam;”

    “No moriré todo yo”, De la Rica, mientras el arte y la memoria me acompañen en los días de mi vida.

    Afirma Ud: “Platón (Menón) advierte del riesgo de olvidar esto: o sea de plantear el acceso a la verdad como un técnica (como una mnemotécnica, más concretamente). Eso es retórica, sofística, autosuficiencia.” La verdad, no creo que en mi comentario haya yo sugerido tal. Pero es cierto, Platón condena el acceso al saber —y la noción misma de saber— que defienden los sofistas y por ello hace que Sócrates se emplee a fondo en ayudar al bello y aristocrático Menón a conocer por sí mismo, a alumbrar las respuestas a sus preguntas, a descubrir dentro de sí la verdad y la virtud. De nuevo, no quiero privarme del placer de citar a Platón. Cuestiona Menón: “Y de qué manera buscarás, Sócrates, aquello que ignoras totalmente qué es? ¿Cuál de las cosas que ignoras vas a proponerte como objeto de tu búsqueda? Porque si dieras efectiva y ciertamente con ella, ¿cómo advertirás, en efecto, que es ésa que buscas, desde el momento que no la conocías?” (Menón 80 d-e)

    Las preguntas de Menón, con poseer, en efecto, un cierto tufillo sofístico, apuntan, sin embargo, a una cuestión fundamental: ¿cómo hemos de conocer aquello que no conocemos? Es decir, ¿cómo hemos de ir en pos de algo si no sabemos siquiera qué estamos buscando? El experimento realizado con el esclavo de Menón, epítome del hombre tosco e inculto, que al responder a las preguntas bien hechas alumbra al conocimiento (recuerdo) que late en su interior, pone nuevamente sobre el tapete el mito o doctrina de la reminiscencia, esta vez vinculado a la noción platónica de la inmortalidad del alma: “El alma, pues, siendo inmortal y habiendo nacido muchas veces, y visto efectivamente todas las cosas, tanto las de aquí como las del Hades, no hay nada que no haya aprendido; de modo que no hay de qué asombrarse si es posible que recuerde, no sólo la virtud, sino el resto de las cosas que, por cierto, antes también conocía. Estando pues, la naturaleza toda emparentada consigo misma, y habiendo el alma aprendido todo, nada impide que quien recuerde una sola cosa —eso que los hombres llaman aprender—, encuentre él mismo todas las demás, si es valeroso e infatigable en la búsqueda. Pues, en efecto, el buscar y el aprender no son otra cosa, en suma, que una reminiscencia.” (Menón 81 c-d)

    (Sigue)

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  8. Alexis 22/02/2010 at 01:15

    (3)

    He ahí, la clave, amigo De la Rica, ser “valeroso e infatigable” hasta alumbrar el recuerdo que es el saber y la verdad. Valeroso e infatigable en la ética,
    valeroso e infatigable en la estética. Y ahí me encuentra Ud. retratado. Si ser valeroso e infatigable es ser, para Ud., “activo y heroico”, pues muy bien pero no me hallará, jamás, en el fondo del río del Leteo… Lo contrario sería proclamar la superioridad de la carne sobre el espíritu. Porque el recuerdo, esa reminiscencia, nos vincula a ese lugar celestial, reino de las Ideas, donde hayan su asiento el bien y la verdad, liberándonos de la tiranía del tiempo, ese que Heráclito evoca al aludir al río incesante en el que nadie se sumerge dos veces pues su continuo fluir destruye cualquier ilusión de identidad, estabilidad y permanencia. Quiero creer, con Platón, que tanto el alma como las Ideas son de una y la misma naturaleza inmortal y por ello mismo la una, aunque distinta de aquellas, puede llegar a conocerlas, recordarlas y amarlas.

    Por último, señala Ud.: “El encuentro con la verdad, el caer en la cuenta, se transforma entonces en un acontecimiento, en un resplandor, un reencuentro, una resonancia: la belleza, antigua y nueva, que estaba más dentro de nosotros que nosotros mismos, a la que accedemos olvidando que habíamos olvidado.” No estoy seguro de haber comprendido el sentido de la última cláusula (“olvidando que habíamos olvidado”) pero sí creo, con el poeta, que el encuentro con la belleza nos hace precisamente recordar lo que habíamos aprendido y olvidado:

    El aire se serena 

    y viste de hermosura y luz no usada, 

    Salinas, cuando suena 

    la música estremada, 

    por vuestra sabia mano gobernada.

    A cuyo son divino 

    el alma, que en olvido está sumida, 

    torna a cobrar el tino 

    y memoria perdida 

    de su origen primera esclarecida.

    Ese volver (tornar) a “cobrar el tino” y la “memoria perdida” del origen, que la “extremada música” del organista salmanticense, el maestro Salinas, provoca en el alma de la voz que narra el poema de Fray Luis de León es precisamente lo que produce la belleza: superación de la amnesia originaria para gozar de un anamnesis jubilosa que brinda al hombre la posibilidad de trascender ética y estéticamente (mejorarse) vía el re-conocimiento que es recuerdo y memoria, derrota del olvido:

    Y como se conoce, 

    en suerte y pensamientos se mejora; 

    el oro desconoce, 

    que el vulgo vil adora, 

    la belleza caduca, engañadora.

    El “dulce olvido” que viene a continuación no será sino abandono del mundo de lo sensible, pozo de tristezas, causa de infinitas lágrimas, para quedar anegado, sub specie aeternitatis, en “el mar de dulzura” del éxtasis transformante; es olvidar lo falso para recordar y vivir lo verdadero. Es encontrar y amar la belleza que engendra bondad, bondad que engendra verdad en perfecta tríada neoplatónica:

    ¡Oh, desmayo dichoso! 

    ¡Oh, muerte que das vida! ¡Oh, dulce olvido! 

    ¡Durase en tu reposo, 

    sin ser restituido 

    jamás a aqueste bajo y vil sentido!

    ¡Oh, suene de contino, 

    Salinas, vuestro son en mis oídos, 

    por quien al bien divino 

    despiertan los sentidos 

    quedando a lo demás amortecidos!

    Así, estimado De la Rica, para mí la belleza supone la recuperación de la memoria que, como decía al inicio, es una suerte de verdad en tanto en cuanto ésta es la negación del olvido (aletheia: a-lethe) que nos salva, repito, de perecer ahogados en las aguas oscuras y cenagosas del Leteo.

    (Sigue)

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  9. Alexis 22/02/2010 at 01:16

    (4)

    Coda

    La hermosa imagen sanjuanista de las azucenas del dejamiento post coitum en esos versos maravillosos que Ud. cita (“Quedéme y olvidéme/el rostro recliné sobre el amado/cesó todo, y dejéme/dejando mi cuidado/entre las azucenas olvidado” (Noche Oscura)) apunta, más que a una carencia (“olvidéme”), apunta, digo, a lo innecesario de seguir deseando la búsqueda del conocimiento o del recuerdo (en clave sanjuanista sería el acoplamiento místico con el Amado-Dios) una vez se han satisfecho todos los deseos y se ha llegado al re-conocimiento (sabiduría y memoria) de la Idea, que es, en nueva formulación neoplatónica, el Dios-Amado. Las azucenas del dexamiento (quiero homenajear aquí a aquellos dexados y alumbrados del siglo XVI tan perseguidos, ay, por la Inquisición) acogen el cuidado olvidado de la amada que narra el poema justamente después de que se ha obrado la copula mística en esa noche “dichosa” y “amable más que el alborada”:

    “¡oh noche que juntaste
    amado con amada,
    amada en el amado transformada!”

    Consumada la unión transformadora, la amada devenida en el Amado-Dios no tiene por qué seguir deseando, colmada como está de amor, memoria y sabiduría. ¿Puede aspirarse a más alta dicha y perfección?

    Alexis

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  10. delarica@unav.es 23/02/2010 at 09:58

    Querido amigo: muchas gracias por su extraordinario comentario. Para mí, y para este blog, es un honor y una satisfacción intelectual tener comentarios de esa densidad, precisión y lucidez. Me gusta el tono, me gusta su estilo, me gusta su entusiasmo. Y eso que tenía motivos para enfadarse. La mera sugerencia de la autosuficiencia sofística parecía insultante. No lo era en realidad, en absoluto. Y más para un platónico como Usted. Ahora no sé muy bien que hacer, como contestarle, y no es desde luego porque no se me ocurran cosas a lo que dice. Todo lo contrario: se me ocurren demasiadas, pero son tan importantes para mí que tendría que escribir un libro a ese propósito. Su planteamiento es impecable. Lo conocía ya, claro, pero su exposición es brillante. A mí no me convence, pero no pienso (insisto) en que su postura sea más, o menos, sofista, que la mía. La respeto, profundamente. Va de soi. LLego a admirarla, pero no la comparto. Soy mucho más pesimista que Ud. Más providencialista Más tonto, y no lo digo en el sentido socrático, ni en del Cusano ni el del idiot de la Weil. Simplemente yo no sé nada. Créame. No puedo pronunciarme más que de un modo negativo, y decir, como el Bartleby, que preferería no hacerlo. Prefiero no empeñarme en nada, no empeñarme en saber, en recordar. Sí, prefiero abandonarme de una manera indolente. Sigo viendo en su postura un heroísmo que me resulta ajeno.

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  11. delarica@unav.es 23/02/2010 at 09:59

    Ah, si tiene la paciencia de leer la entrada de hoy, quizás entienda un poco más el porqué de mi desistimiento sistemático. En parte, pensaba en Ud. al escribirla.

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  12. Alexis 23/02/2010 at 22:40

    Estimado amigo De La Rica, gracias por sus palabras tan amables. Soy yo quien le queda agradecido por mantener vivo este blog vibrante donde podemos refugiarnos para conversar a gusto sobre literatura y vida. Es un placer y una constante invitación al pensamiento…

    Un saludo cordial,

    Alexis

    Reply
  13. delarica@unav.es 23/02/2010 at 23:00

    gracias a Ud por ser tan generoso

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