Incrédulo asombro comienza en Roma. El autor y personaje principal del libro acude, de la mano de un “amigo católico”, a contemplar un antiquísimo icono, Advocata nostra,en el Convento del Santo Rosario sobre el Monte Mario. El icono desprende una ternura muy especial. Advocata nostra. Ante esa figura femenina, maternal, misericordiosa, dulcemente serena, el autor comienza un viaje al interior del cristianismo, tal y como él lo percibe y lo siente. A lo largo del texto, narra dos excursiones, una a Siria y otra a Kosovo, en las que las artes plásticas, sobre las que se configura su discurso, dan paso a otras dimensiones de la religión cristiana que Kermani no quiere dejar de lado, en especial a la capacidad de algunos cristianos de dar su vida por amor al prójimo: notorio es el caso del padre Paolo Dall´Oglio, jesuita e islamólogo secuestrado en Siria en el año 2013 cuya vida y doctrina Kermani retrata con asombro y pasión. Incrédulo asombro no es un libro sobre pintura, aunque dedica casi todas sus páginas a recorrer una cuarentena de cuadros, una cruz esculpida de forma helicoidal, una rica custodia, la vidriera de Gerhard Richter en la Catedral de Colonia y unas figuras dibujadas sobre unos pliegos manuscritos de San Francisco de Asís. De la pintura religiosa, sobre todo pintura del ámbito católico, con atención especial a Caravaggio, el autor registra hechos; sin intención ecfrástica, apenas formula una teoría estética ni propia ni ajena. El libro contiene un discurso sobre “lo ambiguo” en el arte pictórico católico, y sobre “lo subrepticio”. Kermani se fija en esa ignorada dimensión para perfilar una espiritualidad propia enraizada en tradiciones orientales sufíes. A medio camino entre la mística y la sensualidad, Kermani desea por encima de todo encontrar su correlato en las tradiciones occidentales. 40 capítulos divididos en tres partes (Madre e hijo, Testimonio, Llamada). La primera trata de conceptos como Madre, Hijo, Apostolado, Resurrección, Cruz, Amor, Dios. La segunda se centra en un puñado de figuras bíblicas o de la tradición religiosa, desde Caín a San Bernardo, de Pedro Nolasco a la belicosa Santa Úrsula. La tercera parte recupera formalmente la disposición de la primera y voces como Vocación, Luz, Deseo, Arte o Amistad completan el imponente cuadro. El significado de cada concepto, figura o voz se contrasta con una pintura, da lugar a múltiples recuerdos, a la expresión de una convicción íntima, con frecuencia de naturaleza erótica. Entre medias, sin anunciarlo, ¿extemporáneamente?, los dos viajes aludidos. Kermani realiza – es lo mejor del libro– la idea de que un discurso autobiográfico como el suyo debe antes que nada mantener activos muchos centros. No son meros fragmentos, como ocurre en tanta literatura superficialmente nihilista. Son más bien focos. Sin la tensión dialéctica que se genera entre todos ellos, no se puede alcanzar, analógicamente, aquello que excede a nuestra comprensión. Es decir: el arte, la religión, la vida.