Como casi todo lo valioso, la manía biográfica y el gusto obsesivo por relatar las vidas de los autores surgen en la Grecia del siglo IV a. C., de un cruce de caminos muy particular: el que resulta al confluir la tradición antigua del elogio moral con el creciente impulso individualista de rehacer el propio espíritu a través de la escritura. Las vidas de Sócrates (Platón, Jenofonte) servirán el modelo. Por increíble que parezca, seguimos perplejos en semejante encrucijada. Poesía contra prosa, colectivismo contra individuación, todo muy incipiente pero muy real. Más tarde, dicha veta literaria reverdeció en Roma con Suetonio y Jerónimo (yo no conozco ninguna obra biográfica que haya superado sendos elencos de viris illustribus, o sea “de los varones que brillaron en la letras”). Cuentan que esos esbozos breves, sintéticos, panorámicos, se sistematizaron al hilo del gran esfuerzo de síntesis de la cultura greco-romana que, entorno al periodo de ordenación de la biblioteca de Alejandría, llevaron a cabo “los biógrafos”. Era necesario saber quién era quién, no había tiempo para más, era cuestión de trazar un mapa suficiente de la cultura, y para ello la brevedad, la acuidad y la capacidad de ver de un golpe el todo eran requisitos esenciales en aquellos textos imprescindibles. A esa tradición, tan enriquecida por la literatura inglesa (las de los poetas isabelinos de Izak Walton y la de las Vidas breves de Aubrey especialmente) y por la francesa (la del propio Schwob, quien queda aquí imaginariamente biografiado) responde Vidas conjeturales, recientemente traducido por Alpha Deccay (2013) en su prestigiosa colección Alpha Mini. En él la autora de Los hermosos años del castigo pinta con mano maestra las vidas de Thomas De Quincey, del poeta John Keats y de Marcel Schwob. Autores que ella ha traducido al italiano y sobre todo que ha rumiado a lo largo de una vida (por cierto también Schwob tradujo a De Quincey). Teniendo en cuenta la profusión de talento que estalló en la Europa romántica, tardo y prerromántica, éste libro, como otros similares (recuerdo Jeunesse immortelle, las vidas de los poetas románticos ingleses del último Julien Green), tiene sin duda una vocación ordenadora, memorial y clasificatoria. No quiero destacar en qué aspectos de la vida de esos tres gigantes de la literatura se fija Fleur Jaeggy, pero quien conozca la sutileza y la densidad de su obra narrativa puede imaginarse las facetas que le atraen de forma inmediata: el aprendizaje del dolor, la elisión de la enfermedad moral, el reconocimiento físico de la frontera metafísica entre lo visible y lo que no se ve, es decir, del umbral o la puerta de lo decisivo, de lo que sólo algunos espíritus rascan con las puntas de sus dedos y son capaces de expresar. ¿Por qué “conjeturales”? El término, sinónimo de literarias, de aquellas que brillaron con luz propia en en el cielo oscuro de las letras decimonónicas, apunta tal vez a que sólo a través de la inversión de la causalidad, de la propuesta de una conjetura, podemos elevar al plano de la imaginación simbólica lo que unas vidas así tienen que decirnos a los lectores de hoy y a los de siempre.
(He querido ilustrar esta entrada con una foto de Denis Roche tomada en Las Palomas, en Mérida de México: como de costumbre un ser que avanza hacia otro más el espacio vacío, o muerto, que media entreambos)
Te paso lo que para mi es una obra maestra : Rancapino 1995
http://youtu.be/xRsiQ8DPxOw
Buen verano
muchísimas gracias, es una maravilla
Hola, Álvaro:
gracias por esta recomendación. He descubierto a Fleur, no sólo esta obra, sino las otras.
Algo frío y afilado. Excelente.
Mi blog está un tanto abandonado…
Gracias Patricia: no lo dejes, es muy bueno el blog