Galaxia Gutenberg ha publicado recientemente la edición fijada y anotada del original de Poeta en Nueva York. El profesor Andrew A. Anderson, de la Universidad de Virginia (Charlottesville), ha tenido acceso a todos los documentos originales depositados en el Archivo de la Fundación Federico García Lorca y en otras instituciones españolas y extranjeras.
La historia de Poeta en Nueva York, como conjunto de poemas y como libro, es complicada: Lorca estuvo unos diez meses en Manhattan (residiendo casi todo el tiempo en dos colleges de Columbia University) durante el verano y el invierno de 1929/1930. Según un texto que, junto a la dedicatoria a los Morla, el poeta quiso insertar en el libro, los poemas fueron escritos in situ. A su vuelta a España, vía Cuba, los revisó, mecanografió y anotó, leyó en alta voz en diversos foros y publicó por separado (algunos de los poemas) en varias revistas. Pocos días antes de su viaje final a Granada, en julio del 36, Lorca dejó a Pepe Bergamín, en la sede de la revista Cruz y Raya, que era también la de las Ediciones del Árbol, el manuscrito a partir del cual hubiera debido publicarse la edición príncipe de su libro-poemario. El poeta fue asesinado, la guerra impidió la publicación inmediata del libro, y el original vio la luz cuatro años más tarde en las ediciones Séneca (1940), que había fundado en el exilio mexicano el propio Bergamín, y en versión inglesa en la edición americana que Rolfe Humphries tradujera para Norton.
Durante muchos años, a falta de un conocimiento directo y exhaustivo del original del 36, éstas eran las dos ediciones de referencia. ¿Quiere esto decir que las ediciones recientes, por ejemplo las Obras completas que editó también para Galaxia Gutenberg el añorado Miguel García-Posada, fueron preparadas sin haber tenido acceso al original? Yo entiendo que no, que ya entonces se pudo revisar ese material en el Archivo de la Fundación García Lorca. La novedad está en que la presente edición se dedica en exclusiva al estudio pormenorizado, y a la narración de todas las conclusiones que del mismo pudieran obtenerse, de dicho original y de todos los elementos relevantes con los que sea necesario cotejarlo.
Se trata por tanto de una edición importante y necesaria, pero de nuevo aproximativa. Lorca hubiera publicado su obra tras dialogar con sus editores madrileños (Bergamín y Altolaguirre). Pero no pudieron trabajar juntos porque la guerra se lo impidió. El manuscrito que les entregó, el original en su mayor parte mecanografiado del que venimos hablando, estaba lejos de ser una versión acabada y definitiva. Lorca no trabajaba así. Y no sólo en cuanto a aspectos sintácticos y gramaticales se refiere (muy especialmente la puntuación) sino también en lo que respecta a la distribución de las secciones de un libro que no nació en un principio como tal, pero que se fue conformando en el ánimo del poeta en los años posteriores a su primera escritura neoyorquina. ¿Pudiera haberle pasado a este texto lo que le ocurrió al manuscrito de la Tierra Baldía en manos de Pound? Seguramente no, al menos hasta ese extremo. Los criterios de edición del profesor Anderson son rigurosos, los enuncia de manera clara y además se presentan en el contexto de una descripción exhaustiva de lo que el original contiene (e incluso con unas páginas centrales con documentación fotográfica). Pero, al final, cualquier cambio, por ligero que sea (no hay más que ir al primer poema, “Vuelta de paseo”, y comparar las versiones de las dos últimas ediciones mencionadas, y ver que tras el tercer verso una coloca y otra omite una coma) puede implicar un abismo en relación al sentido. Por ceñirme sólo a los criterios de puntuación adoptados por Anderson (citados en la página 136), y a sabiendas de que ” la inserción de una puntuación regular – por parte de Lorca– era una tarea mecánica que él prefería dejar a sus editores (…); su intervención se hubiera postergado hasta el momento de la corrección de pruebas, cuando tal vez hubiera hecho ligeros ajustes, otra vez con intención más poética que ortográfica”, ceñirse a las “normas ortográficas tradicionales”, o seguir un criterio más estilístico que gramático es ya de por sí toda una opción que implica muchas cosas, y que nos devuelve de lleno la incertidumbre en la que cualquier texto, más allá de la voluntad mejor o peor conocida de su autor, tiende a diluirse.
Qué buena entrada, Álvaro! Espero verte pronto, take care! Abrazo a la familia 🙂
gracias Mary, tú también, un abrazo grande
Quizás le ocurra lo mismo cuando escribe, pero a veces, creo que le damos demasiadas interpretaciones a palabras que quizás solo pretendían eso, ser palabra y no intención. Cuando escribes un texto y los demás lo decodifican deja de ser lo que tú querías y empieza a ser lo que los demás quieren.En algunas ocasiones intención y palabra se unen en un punto, pero en otras ocasiones se separan y únicamente comparten destino. No sé si me he explicado.De todas formas admiro la claridad que expone en sus entradas. Solamente que tal precisión a la hora de interpretar un texto a veces desorienta un poco.
muy buena la entrada, gracias por compartir textos tan instructivos
Isabel
veo, estimada Isabel, que, por algún tipo de despiste, no respondí a su amable e interesante comentario. Perdóneme pero, aunque ha pasado tiempo, puedo afirmar que se debió sin duda, como le digo, a un despiste. El tema que trata es en efecto apasionante y daría para una larga conversación. Pienso que la palabra clave no es tanto “intención” (algo más subjetivo e incierto, en primer lugar para cualquier autor) sino “sentido” (una realidad, negada por muchos, pero que yo considero más objetiva, ínsita en ese instrumento que es el lenguaje, que no pertenece solo al poeta, pero que éste usa, con intención más o menos discernible). En pocas palabras, mi fe en la importancia de la interpretación, y la crítica literaria, la filología, la historia y teoría de la lengua, con el tiempo, no han hecho más que crecer, sin absolutos, claro está. Y más aún después de haber tratado de escribir ficción. Le deseo una feliz Navidad.