No tengo costumbre ni afición a polemizar; no lo llevo en el nombre. Como a la Antígona de Sófocles, me horroriza la violencia, incluida la verbal (nací también yo sólo para lo positivo). Pero cuando veo algo como el artículo de Leila Guerriero en El País del 24 de enero (2018) (“Así les dijo el Papa a los abusados “mentirosos”) deseo responder. En pocas palabras, como acostumbra, la periodista argentina, trata de hacer ver que el Papa Francisco es un defensor hipócrita de los abusos cometidos por no pocos eclesiásticos en el pasado. En su reciente viaje a Chile, ante la pregunta de si respaldaba a un obispo chileno a los que unas víctimas han acusado de proteger y encubrir a un sacerdote abusador y condenado en firme, la reacción del Papa habría sido la siguiente: En cámara, el gesto de Francisco es impresionante. La cara súbitamente congelada, la sonrisa paralítica, dijo: “El día que me traigan una prueba contra el obispo Barros…”. Sobrevino una pausa amenazante, un aleteo oscuro, impropio, y con una voz menos simpática que la que utiliza para pedir a los jóvenes que “hagan lío”, dijo: “… ahí voy a ver. No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia”. “Aleteo oscuro”. ¡Qué susto! “Rostro paralítico” o sea congelado, duro, anquilosado fuera del tiempo (es la misma palabra con la que Joyce, en Los muertos, describe siempre a los curas). Con el tono descalificador del que se lanza sobre el vulgo que osa pedirle explicaciones, terminó: “¿Está claro? Después, desenfundó una sonrisa de tubo de ensayo y se fue. Y así fue como el gran líder de una religión de Occidente les dijo a los abusados “mentirosos”. Un Papa por lo visto amenazante y peligroso. Pero, ¿para quién? El colofón del artículo es de premio: El Papa dejó en claro que también para la Iglesia los principales sospechosos —aquellos a quienes se cuestiona por no haber hablado a tiempo, a quienes se reclaman más y más pruebas— son las víctimas. No hay derecho a pedirle al Papa ninguna prueba de la existencia del dios en el que cree. Pero sí de exigirle que ejerza la misericordia a la que su dogma obliga. Hacía tiempo que no reconocía, juntas, todas las trampas a las que una pluma puede tratar de someter a sus lectores. La incapacidad de Guerriero para entender la naturaleza del problema, el modo en que proyecta sus fobias, los juicios de valor inspirados por la pasión y la ignorancia… “Sonrisa de tubo ensayo”, Francisco y una “Iglesia de Occidente” entera aherrojando a las víctimas. Lo más llamativo es el final: en un juego de palabras infantil (de esa puerilidad perversa que fascinaba a Balthus) termina por exigirle al Papa el ejercicio de la misericordia a la que su dogma obliga. No se refiere con la palabra dogma a una verdad de fe incuestionable sino a un mandato tajante y exigible en la práctica (Qué distinta es la fórmula retórica que usa el Cristo en el Sermón de la Montaña: Bienaventurados los misericordiosos…) Abrasemos al Papa por, en todo caso, haber errado. O por no ser todo lo misericordioso que Guerriero exige. ¿Se impone ella, para consigo misma, paralela exigencia? ¿Cree que el Papa puede ir haciendo causas generales y juicios sumarísimos a los Obispos? ¿Tiene el menor sentido y rigor decir que, por exigir pruebas, el Papa llama mentiroso a alguien? ¿No se ha conquistado –por fin– la remisión automática de los delitos de pederastia a la justicia civil? Y, en ese caso, para los encausados, ¿no rigen los principios generales del Derecho Penal? Todo el texto es un completo absurdo, y no precisamente beckettiano. El País tuvo el acierto de acompañar la columna con las imágenes del Papa en el avión de camino a Perú pidiendo disculpas por el dolor que sus palabras habían causado. Yo veo la cara de un hombre, además de listo, bueno. ¿Por qué molesta tanto a la carcunda como a la progresía este Papa? Miren las imágenes y verán si encuentran al monstruo que la columna describe. Y pregúntense si su Santidad Guerriero será capaz, tal vez, en ejercicio de su autoproclamado dogma misericordioso, de pedir ella perdón a Francisco por haberle desfigurado aviesamente con sus palabras.
La columna de Leila Guerriero se puede leer entera aquí.
Nuevas informaciones sobre el caso Barros, y el video de las primeras declaraciones del Papa aquí.