Ha muerto, con la elegante discreción que le caracterizó siempre, el escritor mallorquín Cristóbal Serra. Diversas son las líneas de la vida, dice el verso de Hölderlin que a Serra le gustaba citar a propósito de su ya dilatada experiencia. Y vaya si lo fueron las de la suya. No tanto por que estuviera llena de peripecias sino por la rica, la constante actividad interior que mantuvo a lo largo de su vida. Alimentada con la lectura de lo mejor, con el estudio diario e ilusionado, con la escritura parca, certera, aguda y, por encima de todo con la contemplación que nutría el resto de su trabajo intelectual. No pienso calificarlo de raro. Ya está bien. Para mí era de lo más normal, era la medida de la normalidad y los raros serán los otros, los adocenados y los vulgares, los que se jactan de una modernidad cuya riqueza ni siquiera intuyen. Serra fue un aristócrata del espíritu y de la letra, al mismo tiempo clásico y surrealista, un lujo en un mundo en el que se impone un ruido opresor.
Serra tuvo la cortesía de los más grandes: la de la brevedad, pero con todo dejó una obra amplia, de un valor bastante equivalente toda ella y de una coherencia interna admirables. Pienso que si hubiera que buscar un hilo, un centro para todas esas líneas a las que me he referido al comienzo de este homenaje, habría que buscarlo en su tarea de lector. Incluso sus textos aparentemente más creativos (creativo era en él todo cuanto tocaba), los dos viajes utópicos a Cotiledonia (de 1965 y 1989 respectivamente) eran en el fondo un juego de referencias con un sinfín de textos más menos secretos, de Swift y Moro a los relatos de los primeros viajeros árabes entre otras muchas fuentes de las que bebía en su escritura disparatada. Pero lo más sobresaliente fue a mi juicio su labor de lector y la escritura que esa labor destilaba en forma de recreaciones (su Jonás está entre los mejores libros escritos en España en los últimos cincuenta años), de ensayo breve, de vida imaginaria, de introducción más o menos culta, de selección antológica o de poema en prosa. Todo es un material de primera, quizá el único comprable a lo que escribiera Borges en esta línea.
Yo animo a leer a Serra. Es una fuente de disfrute. Nos hace más sabios . Y nos recuerda el privilegio que es y la responsabilidad que implica asomarse a la tradición a través de cualquier lectura.