Avance de No te vayas sin mí (3)

Tercer avance de No te vayas sin mí, a un mes de su próxima salida.
Hacia la mitad de la novela, Jacob y Claire se preguntan qué deben de hacer con sus vidas.
Una noche, después de cenar juntos, Jacob recorre de madrugada los lugares de su infancia en Staten Island.
… Jacob se levantó de forma intempestiva, dejó las llaves suavemente sobre la mesa, cerca de la mano de Claire, la besó en la frente y salió directo a Bleecker Street. Parecía impulsado por algo. En el cruce de Cristopher Street y Sheridan cogió la línea 1 del metro hasta Chambers St. Allí tomó la línea 3 hasta New Lots Avenue. Ocho paradas. Se arrellanó en su asiento y se quedó dormido. Estaba roto y solo quería andar y despejar su mente. Gracias a que sonó el móvil se despertó a la altura de Atlantic Avenue. Era Claire. Seguramente estaría dolida o preocupada. Jacob prefirió no responderle. Debía de hacer el último transbordo, pero estaba confuso hasta el punto de que se equivocó de vía. Cuando quiso reaccionar se encontró subido en un vagón de la línea R que le llevaba directamente hasta Bay Ridge. No obstante, no quiso bajarse y dar la vuelta. Aceptó sin más lo ocurrido y decidió que daría un largo paseo desde la costa hasta su casa. Tal vez descendería hasta Fort Hamilton. Lo había hecho ya otras veces. Deseaba más que nada en el mundo sentir la brisa marina en su cara. Le gustaba mirar hacia atrás, hacia su infancia, dirigiendo la vista hacia Staten Island. Por fin llegó hasta Bay Ridge y salió con decisión a la calle. Justo entonces vio que un autobús avanzaba hacia él e incomprensiblemente decidió subirse. Era el 93 que enfilaba hacia la isla. En el bus solo iban el chófer y dos pasajeros más. Al pasar al lado de una vieja desdentada le preguntó que si tenía el periódico. Ella le dijo que no y Jacob se dirigió hacia los asientos del final. Se sentó de espaldas a la marcha. Como si estuviera en fuga, veía como se alejaba Brooklyn y con él los aledaños de su casa actual. No le importaba. Poco a poco se le iba despejando la mente. La noche permanecía clara. No hacía frío y Jacob comenzó a encontrarse mejor. Se sentía a la vez lleno y vacío por dentro. Podía acostarse más tarde o directamente no acostarse. Se sentía libre para entrar o salir, para ir y venir a donde quisiera. Mañana hablaría con Claire y le pediría que le acompañase a ver a Agnes. Ella ya se lo había sugerido pero Jacob aún no le había contestado. Ahora estaba cruzando Nueva York solo de madrugada, estaba allí y a la vez no estaba en ninguna parte. Por un momento se entretuvo pensando que a esa hora podía haber estado haciendo el amor en la cama con Claire. Se estremeció recordando los detalles de ese cuerpo amado, lo anheló y lo deseó con profunda intensidad pero no se arrepintió de haber propuesto una tregua o un margen. La cosas se producirán de forma completamente natural, pensó. El bus avanzaba despacio por Victory Boulevard y Jacob decidió bajarse en una parada cualquiera a la vista de un Starbucks. A pesar de que eran las tres de la madrugada, el local permanecía abierto. Entró y pidió un botellín de agua. Y un café. Se sentó y se bebió de un sorbo el café y lentamente el agua. Solo entonces se dio cuenta de que ese trayecto nocturno, su presencia inesperada en Staten Island, era un viaje imprevisto hacia su infancia. Se había criado allí con sus padres en una pequeña casa a pocas manzanas del punto exacto en el que ahora se encontraba. La casa ya no existía, pero Jacob no se podía quitar de la mente la intuición de que esa noche algo luminosamente oscuro estaba aún por llegar.
Decidió desandar sus pasos y retornar a Brooklyn por Forest Avenue, no sin antes recorrer los alrededores de su casa natal. Quizás subiría hasta el parque Levy, en Castleton Avenue. Había jugado allí mil veces primero al escondite y más mayor al baloncesto; lo había recorrido en bicicleta cada tarde después de hacer las tareas. Pero mejor, pensó, no se desviaría tan lejos al oeste. Comenzó a dar unos pasos inciertos hacia un punto indeterminado por unas calles que conocía pero que en parte había olvidado. Ya no reconocía las tiendas, ni los portales renovados de los edificios: no le extrañaba el olvido ni ese desencuentro con los signos externos de una actividad en permanente transformación. Reconoció los postes verdosos de electricidad, las farolas encendidas y pintarrajeadas o los árboles todavía sin hojas que en cambio habían estado allí siempre. Poco a poco se fue adentrando en una zona de chalets de una o dos plantas. La mayoría eran de madera y aún guardaban en los jardines y en las esquinas de las aceras no pocos escombros de la última tormenta que había sacudido con fiereza meses atrás sobre aquella parte de la ciudad. El recuerdo del azote del viento y del agua, de la humedad que se colaba por las rendijas de la pintura desconchada le conectó de inmediato con aquellos años de infancia. A su alrededor todo era desoladoramente real y ese gusto de lo real se le fue metiendo por la piel hasta llegar a su alma con una claridad inusitada.
Ya eran cerca de las cuatro. Seguía caminando de vuelta en dirección noreste, hacia la gran bahía. Comenzó a sentir frío y pesadez en las piernas. Se le había hecho tarde y tuvo que reconocerse que aquel paseo intempestivo era una huida. Pero, ¿de qué huía?…

2 Comments Avance de No te vayas sin mí (3)

  1. Joseluís G 31/03/2014 at 20:06

    Está creciendo de maravilla, Álvaro. En peso, en honduras, en delicadeza. Mayo va a tener contigo y tu novela más dimensiones. ¡Enhorabuena!

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  2. Álvaro de la Rica 31/03/2014 at 23:02

    Desde luego así da gusto el encarar la aparición de la novela, con personas como tú, generosas, que animan, porque la verdad es que de otro modo daría algo de miedo, o al menos de temblor; gracias querido Joseluís

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