Alegría de vivir

“Mi mayor constante ha sido la alegría de vivir, creo”, afirma Karen Blixen en una entrevista concedida a Bernard Pivot en 1961. Poco después el famoso director y presentador de ese irrepetible programa televisivo sobre libros que fue Apostrophes, le pregunta si cree en Dios a lo que la baronesa le responde “Sí”, mientras Pivot añade entre paréntesis: “un sí con un contundente latigazo”. Y yo me pregunto si ambas cosas, creer en Dios y mantener como constante la alegría de vivir, pase lo que pase, no son una y la misma cosa. Ésas afirmaciones y otras tanto o más enjundiosas se pueden leer en un pequeño gran libro que ha editado Confluencias bajo el título Karen Blixen. Ser fiel a la historia (2013). En él se recogen siete entrevistas realizadas a la Dinesen por otros tantos periodistas, escritores y hasta amigos y publicadas a lo largo del tiempo. En ellas recuperamos esa atmósfera de altura y libertad que caracterizó a la escritora danesa, su sentido de la narración único en nuestro tiempo, esa manera de ver la literatura más cercana al paso (en Grecia) de la oralidad a la escritura que a la modernidad ultra consciente de los autores de su época. Karen Blixen destacó también por su capacidad para pensar de forma contradictoria, sorprendente, asistemática. Ella traspasaba el límite, se situaba en el otro lado, ejercía su don de vidente. Por ejemplo, cuando alguien critica el machismo de las tribus africanas no entra a discutir sobre el tema sino que señala, con toda razón, que tampoco el hombre blanco tiene motivo alguno para la satisfacción. Pero oiga, no compare, insiste el entrevistador, en Occidente hemos avanzado mucho, ¿no? Sí, responde lúcidamente, pero no precisamente gracias a los hombres sino a las propias mujeres. Dicha capacidad para hacer la voltereta mental, para ser capaz de jugar con la bola del mundo, es la que le lleva en la séptima y última entrevista a cambiar los términos de la misma y a ser ella, con el horizonte de la muerte, la que hagas las preguntas.

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