Todos somos, lo sepamos o no, seres políticos; desde siempre he sido de los muy conscientes de ello: un día Julian Green, el ser aparentemente más apolítico del mundo, me dijo: “Álvaro, no te equivoques, la política, si la echas a patadas por la puerta de tu casa, te entrará por la ventana”. Por eso no encuentro mejor momento que la muerte inminente de Adolfo Suárez para describir de un modo positivo en qué creo políticamente hablando: creo en gentes como él, tocados por algo que les excedía (una forma de Gracia, seguramente), pero para hacer el bien, para tratar de conseguir que sus semejantes, sus coetáneos, una o varias tribus de gentes que han tendido siempre a la visceralidad, no se tiren los trastos a la cabeza hasta llegar de nuevo al horror de la guerra. Un innato sentido de lo histórico, el acierto en el juicio y una dosis enorme de valores morales como la prudencia, la tolerancia o el sentido práctico que desplegaron él y sus compañeros de fatigas (fue toda una generación en la que se incluían cómo no mis padres, mis tíos, y hasta mis hermanos mayores) marcaron definitivamente el listón de una formación política de primera. Por eso mismo creo en la concordia, en la intransigencia con los intransigentes (en nuestro caso la ETA y los exaltados de la derecha más derechona), en el respeto y hasta la admiración por los que, siendo demócratas, no piensan como tú, creo en la separación de poderes del Vizconde de Bolingbroke y Montesquieu, en la pluralidad política y educativa, en los viejos partidos a pesar de los pesares, en las equivocaciones y en las rectificaciones de unos y de otros, en el sistema de opinión pública basado en una prensa libre e independiente y, por encima de todo, creo en la garantía que da la ley emanada de un parlamento representativo en un estado de derecho, la única que nos queda a los más débiles (los más “frágiles” como diría Claudio Magris, otro de mis maestros no sólo literarios sino también políticos). Y en el epicentro de todo esto, de un credo político que en lo esencial no creo que habré de modificar en el futuro, porque viene de Grecia (Tucídides y Perícles) y está en la entraña de la tradición individualista judeocristiana, en mi caso, se encuentra el legado de dos personas a las que admiro junto a todos los demás que les han acompañado: el Rey Juan Carlos I y su amigo, su entrañable y fiel amigo Suárez.
Descanse en paz.
Álvaro. Hacen falta voces como la tuya. Gracias por compartir tu reflexión.
Me ha encantado!
Muchas gracias a los dos