“Las tortugas viven escondidas. De todos los animales, ellas son las que más se parecen a los escritores, aunque solo sea por su caparazón”. En la página 133 de 533 días me encuentro con esta frase que quizás sea la más autobiográfica del texto. Y es que de todos los escritores, tal vez hoy es Cees Nooteboom el que más se parece a un tortuga, “aunque solo sea por su caparazón”. Me resulta muy familiar este libro. Me encuentro con viejos amigos (Julien Green y Miklós Szentkuthy especialmente). De ese último, creo que el autor ha tomado prestada la estructura de pequeños capítulos numerados, de algo que “no es un diario” (al menos como no era una pipa la de Magritte), un escrito que tiene bastante de glosa, aunque sea porque se examinan con lupa, la lupa de quien afortunadamente no es un especialista, los cactus de su jardín, un yo en discreta disolución y un cosmos que a su belleza no puede añadir un solo gramo de realidad entitativa. Sí tiene algo de glosa: de los días, de los sueños, de un puñado de lecturas, del jardín y las nieves pre-alpinas , del ruido de fondo de una realidad circundante cuya “oscura atracción” la hace irresistible. “No es tan fácil liberarse de uno mismo” (118). Los prestigios del mundo tratan de arrancar un trozo de piel. En los sueños todo se reconstruye hasta el punto de sembrar la gran duda cartesiana y barroca acerca de la realidad de la realidad. Nada permanece y menos que nada un yo insignificante e intercambiable. Todo es cuestión de perspectiva, un mero problema óptico. Ni siquiera este diario es un diario. ¿O sí? Se parece mucho a los demás, pero lo que queda claro al lector es que no lo quiere ser. Ulises quiso ser nadie y aquí no hay ni más ni menos que en el caso del viajero griego, hay un diario que quiere no ser nada. Un faro deshabitado que sigue dando luz. Una luz cálida y amable que los lectores de Nooteboom reconocerán de inmediato al abrir este libro nuevo y al pasar sus ojos por las primeras líneas.