William Goyen

Incluir a Goyen junto a los escritores del Sur de Norteamérica (los Faulkner, Wolfe, O´Connor, McCullers, Welty) es justo por razones obvias, pero insuficiente. Baste decir que conocía bien a todos los citados, y a muchos más, que aprendió sus lecciones, yo diría que fue su continuador natural e incluso me atrevería a afirmar que fue el último realmente grande. Goyen no tiene nada de epílogo, antes significa la resurrección de una generación áurea, de la gran explosión narrativa que creció entre los despojos de la Guerra de Secesión.Tomemos uno sólo de sus cuentos: el primero de este magnífico libro (La misma sangre y otros cuentos, trad. de Esther Cross, La Compañía/Páginas de Espuma, 2011) Preciada puerta, Precious Door. Mientras se avecina un tornado, un padre y un hijo descubren un bulto en su fundo. Es un joven malherido. Lo rescatan, lo meten en casa, le limpian la cara. Es de una belleza sobrenatural, de esas que emociona con sólo mirar, que te hacen amar a alguien a quien no conoces de nada, compadecerte de su infortunio, y está agonizando. Muere y el padre y el hijo sufren de una manera inexplicablemente profunda. El huracán avanza como surge en la Antígona de Sófocles una columna de aire que golpea la tierra impenitente. De repente llaman a la ventana. Es otro joven que al entrar reconoce en el muerto a su hermano. Lo ha matado él con un cuchillo pero al verlo se rompe en dolor y carga con él hacia la naturaleza desbocada. Intentan impedírselo pero en vano. Días después serán vistos los dos, ya cadáveres, junto al río, sobre una puerta quizás abierta al Cielo…
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