Mi admiración por Francia no es algo que haya ocultado en el pasado. Es creciente y, en estos últimos días, tras los atentados terroristas perpetrados en París, esa admiración se mezcla con el afecto y también con la indignación y la repulsa hacia todo aquello que hace posible esa clase de barbaridades inhumanas. Dejando a un lado a los totalitarios de todo cuño (una parte de la izquierda española, la extrema derecha francesa, ¡ojo a Podemos!), esas posturas a las que me refiero son las que añaden al rechazo y la condena de los asesinatos de civiles desarmados uno o varios peros (que si hay que ver que caricaturas hacían, que si el respeto a lo sagrado, que si tal o cual). Tengo un profundo sentido de lo sagrado (inculcado por mis padres y libremente aceptado por mí más tarde, es uno de los pilares esenciales de mi existencia), pero lo que yo adoro (lo digo en un sentido literal) es a un Dios cuya esencia no puede definirse al margen de las nociones de amor y de libertad personal (y hasta del humor, diría). Por eso la religión no sólo no se opone a la libertad de expresión sino que sólo se entiende en el horizonte de dicha realidad: cada uno enfrenta lo trascendente como mejor le parece, sin excluir por supuesto el rechazo, el desprecio y hasta la sorna hacia lo que para otros no es sino la fuente de la vida libre. En nada altera para mí la inviolabilidad de lo sagrado la libertad de los demás; al contrario, la refuerza. Lo que se ha denominado la secularización religiosa, en occidente, no es sino una profundización en lo real.
Estoy totalmente de acuerdo contigo
D. Alvaro; muy de acuerdo.
Precisamente hoy he incluido una reflexión en FB (bastante menos elocuente que la tuya, las cosas como son) sobre el tema del humor, aproximadamente en esta línea.
Un abrazo, que solo se repetirá si a Vd se le consigue ver suelto por esos mundos, en algún lugar , en algún momento….
Oui! muy de acuerdo, yo también. Un abrazo, Andrés