Acabo de leer con gran interés el libro que Erik Haasnot y Astrid Roig han finalizado en homenaje a Cees Nooteboom en su 80 cumpleaños. Un libro (Universo Nooteboom, Candaya, 2013) y un espléndido reportaje en video firmado también por Haasnot. El libro nace del deseo de celebrar las seis décadas de escritura del autor holandés y, como muy bien se indica en la presentación, se trata de celebrar también “el periodo de plenitud creativa que está viviendo actualmente”. Cierto. Treinta textos de otras tantas personas exploran los diferentes registros del autor de En las montañas de Holanda: Nooteboon filósofo, poeta, autor de ficciones, de ensayos, de libros de viajes. Safranski, Clara Janés, dos textos de László Földény, Byatt, Mercedes Monmany y mucho más. Yo destacaría también el espléndido artículo del traductor de poesía de Nooteboom al español y, acaso es lo mejor del libro, el análisis de Glen W. Moss sobre la extraordinaria novela La historia siguiente. No menos importante, además de las dos entrevistas transcritas al final del libro (una de ellas con Alberto Manguel), es el vídeo que acompaña al libro. Sólo por eso merecería la pena tener este volumen. Al comienzo de la cinta, el propio Manguel propone una reflexión muy sutil, pero a mi juicio incompleta. Comienza señalando que para él los dos grandes encuentros literarios de su vida han estado personalizados en Borges y en Nooteboom. Al primero le dedicó un libro (un verdadero must sobre el poeta ciego), y al segundo no pocos escritos brillantes. Dice que ambos escritores coinciden en algo que a su vez les separa del resto de los grandes. Y menciona a Kafka, a Nabokov. La diferencia estribaría en que los últimos escriben para demostrar la inconsistencia del mundo. Que sus palabras están dedicadas a mostrarnos las grietas y el vacío de las cosas. Para ellos, detrás no hay nada y eso es lo que nos devuelven, como una marea siniestra, en su lectura. En cambio, Borges o Nooteboom tienen la rara virtud de que usan las palabras para mostrar la creación del mundo, o al mundo creándose, un mundo que surge en todo o en parte en ese mismo uso. Con sus palabras crean las cosas y nos las redescubren con la limpidez de su genio. Casi se podría pensar que no hablan ellos sino el lenguaje a través de su voz. Esta tesis lingüística es muy antigua, y Heidegger la rescató en el siglo XX, pero a mí me parece, como he señalado, sutil sí pero incompleta. Kafka muestra la inconsistencia del mundo frente a quienes crean o recrean las cosas al nombrarlas, casi como si fueran númenes (en la variante hebrea de este modo de pensar serían profetas; en la griega vates o poetas). Pero la cuestión, al final, es de naturaleza extra-literaria ya que lo esencial estaría en discernir qué es la realidad, si es algo (algo literario, como cree Manguel que pensaba Borges, o Nooteboom) o si, por el contrario no es nada, como habría mostrado entre otros Kafka. Ese realismo, realismo de las cosas o de las ideas, es lo que está cada mañana, como le ocurría a Samsa, por determinar.