Un entrevistador pregunta a una poetisa, grande, inmensa, como es Wislawa Szymborska, que acaba de publicar un nuevo libro (titulado Aquí) en Bartleby Editores, si el amor es un tema facilón, literariamente se entiende. Menudo ojo. La contestación no tiene desperdicio: “Ah, ése no es tan fácil. Y lo más difícil es el erotismo, que de hecho se ha tratado muy poco en poesía. Nunca he leído un poema que sea capaz de trasladar lo que sucede entre dos personas. Hablo del erotismo puro, no del amor como sentimiento, que sí es más fácil de expresar”. Toma ya. No seré yo el que le discuta, pero me he quedado todo el fin de semana pensando, entre otras cosas, si yo conocía alguno. Un poema que sea capaz de trasladar lo que sucede entre dos personas. La fórmula empleada es perfecta. Pues creo que sí. Justo hace pocos días, en un gran blog, se reproducía un poema de la misma poeta polaca en la que un viejo profesor le contestaba a una amiga (¿alumna?), que le preguntaba si a veces era feliz, con un lacónico: “Trabajo”. Genial, como todo lo de la elusiva, la indirecta, la increíblemente lúcida Szymborska. La relación del trabajo con el amor, y hasta con el erotismo, es algo que siempre me ha fascinado: en un pasaje de un cuento mío, ocurre que una pareja de amigos que trabajan juntos se intercambian, como quien no quiere la cosa, unos poemas; ese hecho tiene la doble función de despertar el amor, y a la vez de anunciar que ese amor será imposible: el tipo, un tipo fatuo y poco ingenioso, la primera vez que ve a la mujer, después de haber leído sus poemas, sólo acierta a decirle, en inglés: “There´s not enough room for two poets in a single room”. Algo parecido debió de pasarle a la persona que ha llenado las horas, los minutos y los segundos de este fin de semana mío, melancólico donde los haya habido. Elisabeth Hardwick (en la foto de arriba). ¡Qué descubrimiento! Aún estoy quitándome las escamas de los ojos. ¡Qué pasada de escritora! La verdad es que había leído su biografía de Melville (que incluye un ensayo esencial sobre el escribiente Bartleby), y sabía que fue la mujer de la vida de Robert Lowell, pero no conocía su obra de ficción. De ficción, por decir algo. Algo bastante absurdo tratándose de quien, como ella, se dedicó con éxito a romper todas las frágiles aduanas entre los géneros. Noches insomnes, se llama el texto. Es para correr a la librería de guardia y comprarlo de inmediato. Lo ha publicado Duomo. No puedo hablar de lo que ese libro contiene, aún. Me ha pegado tal zarpazo que necesito pensarlo un poco, sacármelo de donde se me ha clavado. Otra escritora para escritores, sin duda. Cuenta su vida. Por supuesto. Su vida leída. Sus lecturas vividas. Fragmentos unidos por unos espacios inmensos. El espacio de la lucidez, los intersticios de la belleza que está entre una cosa y la otra. Saltos de agua en la mente, en el corazón ardiente de una escritora profética. Su educación sentimental. Por supuesto que también. Y hasta el erotismo y la soledad de alguien demasiado honesta como para no escribir la verdad y nada más que la verdad. El núcleo es, de nuevo, la relación entre la vida, la literatura y el amor. Como en todos los grandes: en el Flaubert solterón, en el Goethe donjuanesco o en el Ibsen insatisfecho que corren por sus página como conejos. Pero como he dicho antes no quiero/puedo hablar de este libro. En cambio, os diré, y por acabar con el mismo género por el que he comenzado, que he leído en Granta (en español), en el número 10, una entrevista con Mavis Gallant. En realidad se trata de una conversación entre la vieja dama canadiense y una escritora india (Jhumpa Lahiri). La charla tiene lugar en una librería de París (Village Voice, en la foto de abajo). Cuenta una cosa bonita. Dice que en una ocasión escribió un cuento en el que el protagonista, un hombre, se echa a llorar por la calle desconsoladamente. ¿Lloraba por amor? Mavis Gallant dejó a leer el cuento a un amigo (un científico), y éste le dijo que estaba muy bien escrito, pero que había un detalle que le parecía falso: que un hombre jamás lloraría de ese modo por la calle. ¡Pobre infeliz! Ella fue y quitó la escena, o al menos suavizó algunas frases. Al poco, con el cuento finalizado, fue a enviarlo a su editor a la estafeta de correos. Cuando estaba pegando los sellos, observó a un sujeto que, cerca de ella, abría una carta de la que caían unos documentos. El hombre los leyó con cara de espanto. Y al poco, rompió a llorar con el mismo desconsuelo que el personaje de su cuento, en aquella primera versión.
Claro que sí, también los hombres. Yo una vez vi a uno (eso sí, sólo a uno hasta ahora) desconsolado corriendo calle arriba porque creía que se le iba el amor de su vida. Lo malo es que ya era tarde, y esa es otra historia. Una pena que le convenciera para cambiar el texto… Me gustó la entrevista a Wislawa Szymborska, entrañable, toda ella. La respuesta a lo de fumar, a los temas fáciles… me encantó tu entrada. Abrazo.
gracias Sara
sí, a veces se llora por que uno se da cuenta de lo tonto que es
¿conoces la librería? en el 6, rue princesse
http://www.villagevoicebookshop.com/
También yo leí esa conversación Gallant-Lahiri el otro día y creo que la comenté (me molestó la traducción) y esa escena me encantó a mí también y me pareció un signo de algo comprobado, el riesgo de hacer caso de lo que dicen otros en lo escrito; sólo hay que hacerlo cuando nos resuena algo que pensábamos!
Y tengo a E. Hardwick sobre mi mesa y he leído picoteando, pero no puedo permitírmelo con mis urgencias otras, así que seguirá ahí hasta denyro de unos días. Aunque confieso que he cometido otras traiciones.
pues creo que te va a entusiasmar
existen grandes paralelismos entre su escritura y la tuya
es lo más importante que he leído hace mucho tiempo
No la conozco, Álvaro, ya está anotada para próxima visita, en cuanto vaya te comento.
Esta entrada es un encanto.