He estado atento a tres polémicas este verano. La primera se refiere a Kafka. Ha surgido a propósito de una nueva biografía en la que se mantiene que era una persona vulgar, egoísta y, lo más imperdonable por lo visto, un pornógrafo (en realidad lo que se quiere decir es que era un adicto al porno). Después se ha acusado a George Steiner de racista. Todo empezó con una entrevista que apareció en El País el pasado 24 de agosto. El párrafo de la discordia es el siguiente: “Es muy fácil sentarse aquí, en esta habitación, y decir: “¡El racismo es horrible!”. Pero pregúnteme lo mismo si se traslada a vivir a la casa de al lado una familia jamaicana que tiene seis hijos y escuchan reggae y rock and roll todo el día. O cuando mi asesor venga a casa y me diga que desde que se mudó a mi lado la familia jamaicana el valor de mi propiedad ha caído en picado. ¡Pregúnteme entonces! En todos nosotros, en nuestros hijos, y por mantener nuestra comodidad, nuestra supervivencia, si rascas un poco, aparecen muchas zonas oscuras. No lo olvide.”
La tercera se refiere nada menos que a John Henry Newman. En este caso no hay propiamente una acusación contra Newman sino contra la Iglesia Católica. Un activista de los derechos del colectivo gay de Inglaterra ha acusado a la Iglesia romana de querer silenciar la homosexualidad del teólogo inglés. Todo empezó cuando en el proceso de beatificación de Newman se pudo verificar un milagro patente. El hecho extraordinario ha facilitado el avance de la causa y el paso siguiente ha sido remover la tumba del bueno de Newman con el fin de trasladar los restos mortales a la iglesia principal del Oratorio de Birmingham. ¿Y cuál es el problema? ¿Qué es lo que lo molesta al tal señor? Pues que dice que en realidad el traslado esconde la intención aviesa de separar a Newman de su amado Ambrose St. John, un sacerdorte con el que convivió durante treinta años y junto al que fue enterrado por expreso deseo del Cardenal en el cementerio oratoriano de Rednal. Y así se corre un tupido velo sobre el verdadero cariz de sus relaciones que por una inspiración especial parece conocer mejor que nadie.
El tenor de las polémicas ha sido deprimente. Los expertos en Kafka y Newman (Wagenbach y Stach por una parte, Ian Kerr entre otros por la de Newman) han “salido al paso” de las acusaciones. Steiner no se ha molestado en defenderse a sí mismo, y no me extraña. Pierre Assouline, por ejemplo, ha dicho que no es para tanto pero que él esperaba más de un intelectual de la talla del autor de Presencias reales. Tampoco creo que Assouline esté siempre afortunado, se espere de él lo que se espere.
Que Kafka no era Santa Clara de Asís (el ejemplo no está bien puesto: ¿no era amiga íntima de San Francisco? ¡Qué horror!) lo sabíamos perfectamente todos los que nos hemos acercado a su obra. ¿Y qué? No entiendo que hay que reprocharle. Y Newman… ¿es que no podía querer a quien le diera la gana? ¿es que a alguien le importa hasta donde y como quiso a su amigo?¿se puede tener la mente tan sumamente podrida como para querer escarbar en la sexualidad de un muerto? (no os lo vais a creer pero la nueva biografía de Kafka, la de la polémica pornográfica, se llama precisamente Excavating Kafka, Escarbando en Kafka). La verdad es que me temo que los ataques a Steiner tienen bastante que ver con las revelaciones sobre su sexualidad que hace en su último libro. A ver si al final vamos a ser menos tolerantes de lo que nos creemos.
No creo que haya habido nadie en los últimos cincuenta años que haya alertado tanto contra el racismo y cualquier otra forma de barbarie como lo ha hecho George Steiner. Por otra parte, cuanto más nos empeñemos en mostrar la humanidad de autores como Kafka o Newman, más impresionante resulta la categoría espiritual de sus obras (de hecho hay un estrecho vínculo entre esas dos dimensiones de la personalidad). Me gustaría recordar el lema de Newman, el que aparece precisamente en su tumba: ‘Ex umbris et imaginibus in veritatem’ (Desde las sombras y las imágenes a la Verdad). De que amaron con intensidad a los que les rodeaban a mí no me cabe ninguna duda: quien no recuerda las palabras que Newman dedica a St. John en la dedicatoria final de la Apología pro vita sua (1864): ” And to you especially, dear Ambrose St. John; whom God gave me, when He took every one else away; who are the link between my old life and my new; who have now for twenty-one years been so devoted to me, so patient, so zealous, so tender; who have let me lean so hard upon you; who have watched me so narrowly; who have never thought of yourself, if I was in question”. Yo también quiero que alguien me quiera así y que cuando me muera me entierren a su lado.
Excavating Kafka. Horrible, un título horrible.