Tragedia y modernidad (Simon Critchley)

Si uno intenta salirse un poco de la corriente política dominante (no me refiero a  la principal ni siquiera a la mayoritaria; hablo de la que ese corifeo que alguien ha denominado con acierto “la casta”, alguien que desconoce hasta que punto él forma parte de la misma, trata de imponer a los demás) se encuentra en la situación central de la tragedia griega: con el hecho innegable y repetido de que los hombres (tanto en sus asuntos personales como en los que tienen una dimensión pública) estamos condenados a repetir una y otra vez los mismos o parecidos errores. “Lo calamitoso está en los párpados”, reza un epigrama griego, o sea en los ojos (que no ven y lloran o no ven porque lloran) y en los oídos (que no se aprestan a escuchar lo que podría evitarnos el mal). Este principio que a falta de otro nombre mejor podemos llamar “de incertidumbre moral” significa que todos, cuando actuamos, sabemos al mismo tiempo lo que hacemos y sabemos que aquello que hacemos está mal y que casi con toda seguridad, con nuestro hacer, estamos trazando nuestra desgracia. Me refiero a algo que va mucho más allá de la compresión habitual que damos a la frase evangélica: El justo peca siete veces. El hecho de que aparezca la figura retórica del oximoron (Justicia no repele a Pecado) en las palabras de Dios es algo que no obstante , si bien se mira, consuela a fondo. En otro plano, tal vez se comprenda a lo que estoy apuntando con un ejemplo doble: todo el mundo sabe que nuestro sistema político y económico está corrupto. Y todo el mundo sabe que el planeta se está calentando. Pero aún así, todos seguimos haciendo, a pequeña y a grande escala, las cosas que están trenzando tanto la corrupción como el desastre medioambiental.

Como para cualquier historiador de la literatura griega, para Simon Critchley (Tragedia y modernidad, Trotta, 2014) el contexto político de la tragedia es la guerra. Y como cualquier filósofo moderno, sabe que lo esencial, en las obras de Sófocles o de Eurípides es, a través de la guerra, la presencia real de la muerte. Unamuno llamó a eso el “sentimiento trágico de la vida”, y Jean Pierre Vernant habló de “conciencia trágica”. Critchley, que sigue a uno y a otro, habla de tragedia y de modernidad pero también de “la lógica del afecto” (o sea, del sentimiento). Por tanto hay dos planos, que finalmente se cruzan en un punto indeterminado: la historia, la política, la guerra, en la que estamos abocados a repetir nuestros errores una y otra vez, porque no queremos escuchar ni distanciarnos de las cosas lo suficiente como para ver ( ya que además, aunque lo viésemos, si renunciáramos a hacer estaríamos renunciando a ser), y el plano del sentido. ¿Qué sentido damos a toda esa “monstruosidad” que llamamos la condición humana? Antígona era un monstruo y Edipo no es precisamente un señor. Pero es que yo, al menos, tampoco lo soy. Peco muchas más veces que un justo, yerro como un ciego sordo de los que piensa que tiene “criterio”, y no insisto por ahí para no incurrir en un acto taimado de soberbia. Para Critchley, cualquier forma de sentido es metadiscursiva, o sea, tiene que ver con el “padecimiento moral de la verdad” alcanzada en la vida con el texto. En este libro precioso dice que lo está imaginando en otro libro que lleva por título provisional Filosofía de la tragedia, pero también señala claramente que, más que una filosofía, lo que la tragedia reclama es una poética, un hacer aunque éste de nuevo sea poético o teatral, textual en cualquier caso.

2 Comments Tragedia y modernidad (Simon Critchley)

  1. francis black 13/06/2014 at 14:02

    Que vaya muy bien la presentación de hoy.

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  2. Álvaro de la Rica 15/06/2014 at 08:10

    muchas gracias, haré una en Barcelona a la vuelta del otoño, y con un presentador de lujo

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